La prensa popular durante el régimen de Fujimori: a propósito de las formas de una práctica de recepción
Miguel Ángel Torres Vitolas
matorres@pucp.edu.pe
Pontificia Universidad Católica del Perú
Recibido: 19 de noviembre de 2014
Aceptado: 11 de junio de 2015
Publicado: 30 de octubre de 2015
Para citar este artículo
Torres Vitolas, M. (2015). La prensa popular durante el régimen de Fujimori: a propósito de las formas de una práctica de recepción. Correspondencias & Análisis, (5), 235-249. https://doi.org/10.24265/cian.2015.n5.13
Resumen
En la década de los noventa, bajo el régimen de Fujimori, el panorama de la
prensa en el Perú conoció el auge de la prensa popular. Esta tuvo una relación bastante
particular con el gobierno y a menudo cumplió con la estrategia comunicativa de este gobierno, lo que se observó en la forma de presentar de modo positivo al candidato-presidente y difamar a los opositores. Desde una perspectiva semio-pragmática, el presente artículo
señala las constantes narrativas y semánticas presentes en los contenidos comunicados por
las portadas de estos diarios y pone en relación las estrategias discursivas desplegadas con
las prácticas de recepción correspondientes.
Palabras clave: Semiótica, Semio-pragmática, Prensa popular, Recepción, Autoritarismo.
Abstract
Under Fujimori’s regime, Peruvian Press knew the explosion of Popular Press.
This one had a very special relationship with Fujimori’s regime and his communication
strategies. It could be seen through positive president representations and contenders defamation. Following a semio-pragmatic approach, this article underlines narrative and semantics constants present in media content through this press in their first page and put
discursive strategies deployed in relation with reception practices.
Keyword: Semiotics, Semio-pragmatics, Popular press, Reception, Autoritarism.
1. Introducción
En Ciudadano Kane (1941), Orson Welles propone un retrato cruel y descarnado de un
joven empresario (Kane) que decide ingresar al mundo del periodismo y de los medios
porque cree “que será divertido dirigir un periódico”. Adquiere así un diario en problemas
económicos (The Inquirer) y va poco a poco haciéndose de un conjunto de medios que están bajo su dirección. Conforme la historia avanza, Kane se sirve del poder de los medios que maneja tanto para sus fines políticos (su candidatura) como personales (para inventar la
carrera musical de su segunda esposa). Kane da forma a su manera de manejar los medios
con la idea de que estos le permiten manipular la decisión que tomarán sus lectores.
Kane llega así a declarar en algún momento: “todo el mundo va a pensar que yo les ordene que
piensen”. La película de Orson Welles, que no gratuitamente se inspira en el magnate de la prensa William Randolph Hearst, describe así cómo las ambiciones personales y políticas pueden interponerse en el rol informativo de la prensa y, más grave aún, cómo este afán manipulatorio
puede llegar a ser exitoso. Se trata de representaciones de la prensa y del público que trascienden la ficción y que son a menudo evocadas cuando se trata del rol político de los medios.
Cuando ciertos momentos de tensión social y política aparecen, la forma en que estos son
representados por la prensa es a veces señalada por los mismos políticos. Partidos de gobierno y opositores llegan así a indicar como unos y otros tienen de su lado a los medios.
El rol político que la propia prensa puede cumplir es así determinado para subrayar su falta
de transparencia y el papel determinante que puede cumplir. En las últimas campañas electorales presidenciales (las elecciones del 2011) o en las elecciones municipales del 2010,
situadas dentro de una situación política bastante polarizada, pudimos ver la reaparición de
las acusaciones de manipulación de la información y de prácticas de difamación mediática
hacia un sector mayoritario de la prensa. Aquello de lo que se le acusa en estos momentos
críticos no es exactamente de tomar partido abiertamente por un candidato o una línea
política, sino más bien de ocultar su toma de posición haciendo difusos los límites entre la
información y la propaganda. La estrategia de comunicación criticada es entonces aquella
de la desinformación con un objetivo político.
El presupuesto que subyace a estas acusaciones es el de los efectos que la propaganda y
la difamación pueden producir en el público y, por consecuencia, en el electorado. Como
Kane en la película, la prensa podría devastar las aspiraciones políticas de un candidato y
conseguir entronizar a otro. Esto se debe a que la imagen que se ha formado de la relación
entre medios y público es a menudo la del enorme poder de ellos y la fragilidad de este
último. Se los estima entonces capaces de manipular, así como de educar y se teme los
alcances de este gran poder.
Pese al desarrollo diverso de la investigación en comunicación, desde las hipótesis de la
Escuela de Frankfurt o el Two-step Flow de Lazarsfeld (Lazarsfeld y Katz, 1955), hasta
la corriente de “usos y gratificaciones” de Fiske (1987), no se puede dejar de admitir que
esta imagen de los medios está aún muy fijada en una buena parte de los imaginarios. Esta
manera de comprender la relación con los medios corresponde a lo que Staiger (2005: 18-
19), en el panorama que ella propone sobre los paradigmas de la recepción en las ciencias
humanas, describe como los modelos educativo y del reforzamiento. Se trata, en el primer
modelo, de entender a los medios como entidades que irremediablemente, lo deseen o no,
cumplen un rol de formación al transmitir contenidos que, bajo este paradigma, son asimilados por los receptores sin mayor discusión. En el caso del modelo del reforzamiento, la imagen del receptor no es distinta, pero la de los medios es comprendida bajo la forma
de entidades que ayudan a perpetuar el statu quo al transmitir contenidos que reafirman el
orden establecido (ibídem).
Nos parece evidente que dentro de los imaginarios que circulan, cuando se discute el rol
de los medios, son estas imágenes las que son evocadas. Para los políticos, la posibilidad
de controlar estos medios aparece así como la oportunidad de conseguir el favor de los
electores y de servirse de estas herramientas de comunicación para vencer a sus rivales.
En este sentido, la tentación de controlar estos medios de comunicación, considerados tan
poderosos e influyentes, ha formado a menudo las relaciones que se han creado entre los
medios, como instituciones, y los Estados.
Para comprender mejor el paisaje mediático peruano y el rol de la prensa en la política es
necesario volver un poco atrás y examinar un caso en que la campaña de desinformación
política fue tan virulenta y grosera que fue también, finalmente, bastante transparente. Nos
referiremos al caso de la prensa peruana en los años noventa y, particularmente, al caso de
la prensa popular, que se tornó cada vez más importante hacia el final de dicha década. El
final del gobierno de Fujimori, con los cambios políticos y sociales que suscitó, significó
también cambios importantes en el paisaje mediático del país: las acusaciones de manipulación y difamación han dado lugar a procesos judiciales que han llevado a la sentencia y prisión de dueños de canales de televisión, de prensa escrita y de agencias de comunicación. Se trata, así, de un episodio que ha llegado a fines judiciales que no se han conocido de modo similar antes.
El interés de nuestro artículo es de abordar la presencia cada vez más importante de la
prensa popular en el paisaje de la prensa escrita del país y su relación con la estrategia
de comunicación observada durante el gobierno de Fujimori. Nuestro objetivo es mostrar
que esta prensa no puede ser comprendida solamente a partir de las relaciones que tuvo
con el gobierno. Nuestros objetivos son, así, fundamentalmente dos: a) ver la relación que
se estableció entre el gobierno y los medios y comprenderla en el marco del precedente
inmediato de intervención de la prensa que se conoció en la época de Velasco; y, desde un
ángulo semio-pragmático, b) comprender la estrategia de comunicación del gobierno frente a la práctica de recepción que daba sentido a los contenidos que se buscaban transmitir.
El modo en que realizaremos este análisis sigue, de un lado, el camino de examinar las
formas de control y de presión que ejerció el Estado sobre los medios en la época de Fujimori. Apoyándonos en un análisis semiótico y semántico del discurso, señalaremos las
características de las constantes semánticas presentes en la prensa popular de entonces.
Finalmente, desde un ángulo semio-pragmático, propondremos de qué modo se pueden
entender las prácticas de recepción que daban sentido a las estrategias de comunicación
desplegadas desde el Estado. Nuestro interés, en un sentido más amplio, es el de comprender por qué la prensa popular (con las características con que se la conoció entonces y sus
formas de comunicación) no han desaparecido con el final del gobierno de Fujimori, sino
que, más bien, estas se han adaptado fácilmente a los cambios políticos que se han producido desde entonces.
2. Precedentes
El adjetivo con el que se define a esta prensa puede resultar engañoso, pues conduce a creer
de modo inmediato en una categoría claramente delimitada. Lo popular no constituye una
categoría en sí, sino más bien una manera de imaginar al público y, su vez, de considerar
la manera de dirigirse a este. En ese sentido, concordamos con Martín Barbero en la idea
de que lo popular ha adquirido formas particulares históricamente en el modo en que los
medios se han asumido en casos determinados como populares:
“En el terreno cultural la masificación consiste en el proceso de inversión de sentido mediante el cual pasa a denominarse ‘popular’ en el siglo XIX la cultura producida industrialmente para el consumo de las masas. Es decir, que en el momento histórico en que la cultura popular apunta a su constitución como cultura ‘de clase’, esa misma cultura va a ser minada desde dentro, hecha imposible y transformada en cultura de masa. Pero a la vez esa inversión solo es posible por la cercanía que en el siglo XX guarda aún la masa de ‘las masas’, de manera que la nueva cultura popular se construye activando ciertas señas de identidad de la vieja cultura y neutralizando o deformando otras” (Martín Barbero, 1982).
Podemos afirmar, en ese sentido, que si algo caracteriza a la prensa que denominamos
“popular” es que esta determina en su modelo económico y cultural a la “masa” a la que
pretende dirigirse. Su estrategia comercial asume un nivel adquisitivo para este público,
así como sus estrategias discursivas presuponen un horizonte cultural de referencia y de
interés. En virtud de la caracterización de esta “masa”, esta prensa se adapta a ella y a su
vez le da forma al lector ideal que presupone.
La prensa popular no apareció durante el régimen de Fujimori, aunque sí adoptó entonces
muchas de las características que la identifican hoy en día. Es el caso de las características
plásticas de sus portadas (los colores llamativos, el tipo de letra muy grande en los titulares
y la exposición de alguna modelo en poses sugestivas), así como la preeminencia concedida a los personajes del mundo del espectáculo. Para comprender la evolución de esta
prensa hacia esas formas que se fijaron en la década de los noventa (y que aún conocemos)
es pertinente situarla en la perspectiva de aquella que la precedió.
Una breve historia de la prensa popular señala como precedentes los diarios La Crónica y Última Hora, fundados en los años cuarenta y cincuenta respectivamente. Encontramos
además a Extra (1965) y Ojo (1968), con el paréntesis forzoso que significó para toda la
prensa el régimen militar de los años sesenta, del que hablaremos luego, y la aparición del
diario El Popular en los años ochenta.
En el caso de Última hora, en 1950, encontramos la lógica de comunicar a través del empleo de una variable sociolectal baja (el argot urbano) y la constante semántica de dar una
importancia mayor al deporte y al espectáculo. Se señala precisamente a Última hora como
el diario que inaugura la presencia de este lenguaje en la prensa popular (cf. Gargurevich,
1991: 181). Es así célebre el titular que inaugura el empleo de este lenguaje: “Chinos
como cancha en el paralelo 38”1
(9/XII/1950). Los titulares de Última hora no van solo a
alimentarse del lenguaje popular, sino que introducen otro elemento característico de esta
prensa en el Perú: el recurso del registro cómico en torno a la información, así sea un tema
político o una nota policial. Dentro de las formas de la prensa popular peruana, el discurso
no asume así solo una forma informativa y persuasiva, sino que además integra siempre el
lenguaje de la broma sobre lo referido.
El inicio del primer mandato de Fujimori se produce en el marco de una prensa de información dentro de la cual la presencia de la prensa popular es minoritaria. Hacia el final de su
mandato, el panorama es totalmente distinto. La década de los noventa vio así aparecer los
diarios El Mañanero (1993), Ajá (1994), El Chino (1995), La Chuchi (1996), El Chato y El
Tío (1998), La Yuca, El Polvorín y Vistazo (2000), entre otros. En mayo del 2000, momento
de la segunda reelección de Fujimori, había en Lima 17 diarios populares, de los cuales 15
tenían una línea editorial favorable al régimen (cf. Fowks, 2000: 70). Sólo esta diferencia
en el número de diarios de este tipo en circulación y su mayoritaria inclinación política (favorable al régimen) nos indican ya que algo había ocurrido en estos años y que difícilmente puede llegar a comprenderse lo que ocurrió como una suma curiosa de coincidencias.
No debe olvidarse que desde el primer mandato de Fujimori, las reglas del juego habían
comenzado a cambiar para la prensa. Las reformas neoliberales del gobierno modificaron
la estructura económica sobre la cual la actividad comercial de los diarios funcionaba con
el fin de la excepción fiscal por la importación de papel y materiales de impresión, para
los periódicos y editoriales (cf. Wood, 2000: 29). En el marco de las distintas reformas
económicas de corte neoliberal que caracterizaron este gobierno (reducción del gasto público, privatizaciones, etc.), los medios se vieron confrontados a un cúmulo de deudas que
condujo en 1994 (año anterior a la primera reelección de Fujimori) a un acuerdo entre estos
medios asociados y la SUNAT para refinanciar su deuda. Este modo de refinanciamiento
muestra bien las relaciones de dependencia económica entre los medios (la prensa y la
televisión) y el Estado: una parte de la deuda podía ser intercambiada por la difusión de
publicidad del Estado (Wood, 2000: 30). Los medios endeudados se ven entonces en cada
vez mayor dependencia de la publicidad estatal.
Es dentro de estas nuevas condiciones que, en la segunda mitad de la década de los noventa, el número de diarios populares aumentó considerablemente. Aparecen así los diarios La
Chuchi, La Yuca, El Tío, El Men, entre otros. Si estos continúan, en un principio, la lógica
de los diarios populares que les precedieron, es decir, una preeminencia de las noticias
policiales y de la información relativa al espectáculo y los deportes, comienzan también a
tomar una posición política muy clara, especialmente cuando las elecciones presidenciales se aproximan y se conoce que, a pesar de su ilegalidad, Fujimori piensa presentar su
candidatura a un tercer periodo en la presidencia. Estos emprenden una abierta campaña
favorable al presidente candidato, así como una importante campaña de difamación contra
los opositores al gobierno, políticos y periodistas, que son acusados de corrupción, de simpatizantes de Sendero Luminoso, de adicciones, o simplemente tratados de homosexuales (cualidad desde luego disfórica en el contexto peruano).
Podemos así leer un titular abiertamente difamatorio: “Somos Kutra de Andrade quería
traficar con lotes de terreno del pueblo” (La Chuchi, 19/II/2000). El titular identifica así
al partido de Alberto Andrade con la corrupción, por un sencillo juego de palabras que
altera el nombre de su partido (“Somos Perú”), a la vez que reseña un acto de corrupción
aparentemente constatado. La recurrencia del sema “ilegal” sobre los sememas de “Kutra”
y “traficar” da forma a un fondo de sentido, un horizonte de coherencia, que denominamos
en semántica textual y en semiótica la “isotopía” (cf. Greimas y Courtés, 1979; Courtés,
2003: 103-105). Este rasgo semántico sitúa al personaje político sobre un fondo de sentido
que lo desvaloriza. Se trata, como veremos, de una práctica común y constante en la prensa
popular de esos años (cf. Gargurevich, 2000: 283-291).
Frente a una campaña tan transparente de difamación y a la acusación de parte de diversos
organismos nacionales e internacionales por dichas prácticas (pero, sobre todo, frente a
la desigual presentación de los candidatos en los medios durante la campaña electoral
del 2000) el gobierno de Fujimori pudo siempre servirse del argumento de la libertad de
empresa y de información para excusarse de intervenir o, a posteriori, de la acusación de
haber intervenido. La idea que se plantea es que los empresarios dueños de los medios decidieron libremente orientar la línea editorial de sus diarios y canales en favor del gobierno,
así como otros pocos (con igual libertad) decidieron hacer lo contrario. La prueba de ello
se encontraría en que el gobierno no introdujo cambios legales que señalan un medio de
presión ideológico sobre la prensa. Dentro del marco jurídico existente, no se podía ir preso
ni ser expulsado del país (como en otros tiempos y en otros contextos ha ocurrido) por ser
un opositor al régimen.
En una buena parte de estos casos será hacia el final del régimen de Fujimori que la estrecha relación entre los medios y el gobierno terminó por hacerse pública, tanto al nivel del financiamiento como de los contenidos divulgados. El peculiar circuito por el que se
concebían estos titulares difamatorios y aquellos elogiosos del presidente, desde las oficinas del Servicio de Inteligencia Nacional (SIN) hasta las imprentas de los diarios, fue
motivo de muchas especulaciones y no se comprendió con claridad sino luego del debacle
del régimen2.
3. Por una aproximación semio-pragmática de las prácticas de comunicación y recepción
Dentro de la tradición del análisis narrativo en semiótica, heredera de Propp, la propuesta
de Greimas fue la de llegar a un nivel de representación de una abstracción mayor que la
de las funciones que había deducido Propp para el análisis de los cuentos folklóricos rusos.
La propuesta de Greimas, que ha sido luego continuada por la semiótica canónica y, por
lo menos en lo que respecta al análisis narrativo, también por corrientes semióticas más
recientes es la de reconstruir la lógica del relato a partir de la transformación principal que
en él se realiza (cf. Propp, 2006; Courtés, 2003: 88-91; Greimas y Courtés, 1979). Es en
función de este reconocimiento de la narrativa que condujo a un estado final que se deducen los estados anteriores y que son comprendidos todos ellos en la lógica de un esquema
narrativo en que se relacionan la competencia, la performance y la sanción.
La performance describe la transformación principal que se produce en el relato, en tanto
la competencia muestra de qué saberes, motivaciones y capacidades estaba dotado el sujeto
operador de la transformación, y la sanción señala qué recompensa o castigo recibe el sujeto operador de la transformación por haber sido agente del cambio producido en el relato.
En la lógica del análisis narrativo se trata entonces de comprender el relato como la operación de un cambio (la performance), de comprender los antecedentes que lo permitieron (la
competencia) y las consecuencias que le sucedieron (la sanción). Trataremos de entender lo
que describen algunos titulares de la prensa popular en el sentido de la lógica narrativa que
describen; es decir, quién aparece como el sujeto operador, qué transformación realiza éste
y quiénes son los sujetos que se oponen a la performance. Abordaremos también en ellos,
desde la semántica textual, bajo qué coherencia semántica son presentados y caracterizados
los actores que realizan estos distintos roles actanciales.
Si el intrincado proceso de financiamiento y la cadena de responsables en este complejo
caso es todavía motivo de procesos judiciales, lo que incluso entonces no era difícil de
establecer es a quién se buscaba beneficiar y a quién dañar dentro de la campaña de comunicación que esta serie de titulares describían. Los titulares de los diarios populares
muestran fácilmente el sentido que se le quería dar al espacio político, bajo una axiología
que presentaba de forma eufórica al gobierno (con la figura central del actor “Fujimori”) y
de forma disfórica a los opositores del régimen (en este caso, las figuras son más diversas,
los actores en cuestión podían ser tanto políticos como periodistas).
Un examen rápido de estos titulares nos muestra que los valores que son adheridos a la
figura del presidente, por medio de aferencias contextuales y de aferencias socialmente
normadas (cf. Rastier, 1989: 280) son aquellos del /trabajo/, del /esfuerzo/ y de la /proximidad/ con la gente: “Arequipa votará por Fuji el 28, chamba y paz”, “Ventanilla y Comas
se juegan por entero por el Chino. Con Fuji habrá chamba para todos los peruanos” (El
Chino, 22-23/V/2000). La figura del “Chino” remite así a esta lectura, que se apoya además
en el estereotipo del asiático trabajador que está aún presente en la sociedad peruana. Es
en dicho sentido que consideramos que estos semas se actualizan de un modo socialmente
normado. Ello quiere decir que se trata de significaciones que aparecen no por invención
del contexto lingüístico sintagmático, sino por actualización de significaciones presentes
socioculturalmente.
Los titulares recogidos describen así una estructura narrativa que podemos describir de
la siguiente manera: Fujimori aparece como el “actor-destinador” que conseguirá, superando numerosas pruebas y adversarios, el objetivo de conducir al país y a los peruanos
(los “actores-destinatarios”) hacia el progreso (representado como el acceso a los servicios
básicos, a la vivienda y al trabajo).
Los opositores a Fujimori no son solo descritos de forma disfórica por quiénes son, sino
también por su oposición a esta performance descrita para el presidente. Ante este programa narrativo descrito para él, ellos aparecen entonces como quienes realizan el antiprograma opuesto. Leemos así: “Chancho Andrade pide sembrar el terror a sus cascos azules”
(La Chuchi, 14/II/2000). El entonces alcalde de Lima y candidato a la presidencia, Alberto
Andrade, aparece abusando de su poder y descrito de un modo grosero en razón de su
sobrepeso. Como en otro ejemplo citado anteriormente (“Somos Kutra de Andrade quería
traficar con lotes de terreno del pueblo”) se trata de relacionar a los oponentes a Fujimori
con ciertos valores disfóricos y de insistir sobre estos rasgos (la /corrupción/ en el caso de
Alberto Andrade, por ejemplo).
Un análisis de contenido de los titulares de estos diarios proporciona una imagen bastante
clara del paisaje político que el gobierno deseaba comunicar. Un análisis semántico y semiótico clásico permitiría retener, sin mayores dificultades, las isotopías predominantes en
estas publicaciones, tanto al nivel de sus titulares como del contenido mismo de los diarios.
Podemos así reconocer la recurrencia isotopante del sema /ilegal/ en los titulares referidos
a Alberto Andrade en los ejemplos dados. Del mismo modo podría observarse la práctica
de situar a Fujimori del lado eufórico de la organización axiológica que se le da al espacio
político.
Una descripción de este tipo, sin embargo, no nos permite comprender cómo esta estrategia
de comunicación se vio confrontada a las prácticas de recepción. En ese mismo sentido,
no nos permite comprender cómo esta estrategia de propaganda y difamación se inscribe
dentro de un proyecto, más extenso y más complejo, de confusión de los límites entre la
información y el entretenimiento en los medios que se formó en esos años y que, como
modelo, ha persistido hasta nuestros días. Lo que nos interesa entonces es, más bien, esta
confrontación entre una estrategia de comunicación y las prácticas de recepción, pues ello
nos permitirá comprender mejor lo que ocurrió en los años noventa en el Perú y por qué
estas formas de comunicación han podido reaparecer en campañas políticas más recientes.
Al realizar esta reorientación del interés (de las formas inmanentes del texto a las de la
relación que se forma entre el contexto significante y las prácticas de recepción) estamos
siguiendo la perspectiva de interés de la semio-pragmática en lugar de la semiótica canónica greimassiana. Como señala Odin (2011: 17-19), en esta perspectiva se trata de señalar al
contexto como el punto de partida de la producción del sentido, lo que sugiere entender que
es el contexto el que determina esta producción. En ese sentido, nos parece más pertinente
para comprender lo que ocurrió en aquellos años y lo que ocurre actualmente con esta prensa: privilegiar un análisis de estrategias y de prácticas antes que un análisis de contenido.
Nuestro estudio se inscribe así en la línea de interés descrita por Martín Barbero, quien propone el paso de los medios a las mediaciones y privilegia el análisis de las relaciones sociales que toman forma dentro de estos objetos culturales (Martín Barbero, 1991: 220-229).
Como lo resume Rueda (2010: 11), retomando a Martín Barbero: “La perspectiva de la
mediación pretende decriptar los objetos culturales que circulan en los medios, participan
en la fabricación de los imaginarios y son también habitados por ellos, y cuya recepción
supone prácticas culturales colectivas y procesos identitarios”3. Es de alguna manera el interés descrito por Eric Maigret y Macé en Francia con las nociones de las “mediaculturas”
y de los “imaginarios mediáticos” (Maigret, 2005: 17-66).
Desde la semiótica, Fontanille (2008) ha propuesto el que podría ser un mejor camino a
seguir en el análisis, tanto para una perspectiva semiótica como para una centrada en la
recepción que quiera ajustarse a las formas del contenido. Dada la diversidad de los objetos
culturales que han sido abordados por la disciplina y la dificultad que puede haber para
tratarlos como textos, el mencionado autor sugiere abordar el proceso de la significación
dentro del cuadro de las prácticas significantes que dan forma a la enunciación, al enunciado, a la recepción y a las interacciones. Se trata entonces de considerar una aproximación
englobante que integre al objeto estudiado dentro de la práctica significante en la cual se
inscribe, en la que aparece y que es la que permite, entonces, de tratarlo como un texto.
De esta forma, (Fontanille, 2008: 17-78) propone comprender la práctica a partir de la integración de diferentes niveles de pertinencia: el texto, el objeto, las escenas prácticas, las
estrategias, las formas de vida. Lo que nos interesa particularmente en esta propuesta es la
idea de comprender de una forma englobante el proceso de la significación, lo que permite
integrar en él a la enunciación y la recepción y precisar para el caso de cada práctica estudiada
los elementos constituyentes y su nivel de pertinencia. Los elementos llamados “contextuales”, que bajo una perspectiva restringida de la noción de “texto”, aparecen como inabordables, reencuentran así el lugar que les corresponde. Esta propuesta permite también tomar
en cuenta las tensiones posibles entre la enunciación, de forma generalmente programática
en la comunicación mediática, y la recepción, que podrá eventualmente intentar reajustarse
ante ese programa previsto. Fontanille sostiene así que “una de las dimensiones esenciales
del análisis de las prácticas semióticas será el de ocuparse de esta tensión permanente entre
la acomodación programada y la acomodación inventada, entre la pre-esquematización y la
apertura a la alteridad; en breve, entre programación y reajuste”4 (ibídem: 5).
Ello abre espacio a un estudio de las interacciones con una mirada similar a aquella que también
ha propuesto Landowski (2006) desde la socio-semiótica. Esta apertura nos permite integrar al
análisis las posibilidades de acomodación en las interacciones, de manera de no concebir toda
relación entre el medio y el receptor únicamente como una manipulación, sino que se podrán
integrar también las posibilidades de la acomodación y el reajuste que posee el lector. Esto
quiere decir que (como Landoswki lo propone para comprender las interacciones sociales) es
concebible, en incluso deseable, dentro de una perspectiva semiótica, abordar las posibilidades
de reajuste de las contrapartes frente al hacer programático (ibídem: 16-25 y 39-53).
Esto es imprescindible, ya que si es cierto que los actores de la enunciación en la comunicación mediática buscan normalmente obtener una respuesta precisa de parte del receptor
(una adhesión al discurso, la fidelización a un diario, etc.), no es menos correcto señalar
que el receptor, a su vez, posee cierto margen de maniobra frente a esta estrategia. El interés de abordar la perspectiva de la recepción sería precisamente el de ver cuáles son estas
estrategias de reajuste que despliega el receptor. Desde un ángulo semiótico, entonces, se
trata de entender que las prácticas significantes, tanto en producción como en recepción,
toman sentido en la dinámica entre las formas persuasivas desplegadas en la estrategia de
comunicación y las formas adaptativas que se realizan en recepción.
4. Formas de la recepción y de la comunicación
Es interesante a este respecto observar el caso de la prensa bajo el régimen de Fujimori
en la perspectiva de lo que ocurrió en el país durante el periodo autoritario anterior (la
dictadura militar de Juan Velasco Alvarado entre 1968 y 1975). Dado que en ambos casos
los gobiernos intervinieron la prensa para controlar los contenidos difundidos por ella, es
pertinente señalar cómo este control fue ejercido.
En el caso del gobierno de Velasco, el control se realizó (desde un primer momento) a
través de la presión judicial impuesta a los medios, dentro de un marco legal que permitía
expulsar del país a aquellos que se consideraba publicaban información falsa con el fin de
desestabilizar al gobierno. El precedente legal había sido dado por las leyes creadas durante el gobierno de Odría (cf. Wood, 2000: 18), lo que permite en ese sentido decir que las
expulsiones de periodistas que ocurrieron dentro del gobierno de Velasco fueron hechas al
amparo de un marco legal.
En vista que el gobierno de Velasco deseaba realizar reformas profundas en lo relativo a la
propiedad de los terrenos agrícolas (reforma agraria) y las explotaciones mineras, la prensa
(que pertenecía en su mayor parte a las familias de la élite nacional) se mostró abiertamente
opuesta a dichas medidas, a las que trató abiertamente de comunistas (ibídem: 19). Frente
a esta situación, el paso final tomado por este régimen en el control de la prensa fue el de
expropiar los diarios y los canales de televisión, dentro del marco del Plan Inca (1974).
La relación entre el gobierno y la prensa bajo el régimen de Fujimori fue más compleja,
pues esta fue menos transparente. Se puede en un principio afirmar que (como Fujimori y
sus partidarios se encargan de recordar) bajo su gobierno no se aprobó ninguna ley similar
a aquellas invocadas y puestas en ejecución bajo el régimen de Velasco. El marco legal de
la propiedad de la prensa no conoció ningún cambio importante durante la época de Fujimori, ni este intervino directamente contra la propiedad de los medios. La presión sobre
estos fue más bien indirecta, a través de la dependencia de estos de la publicidad del Estado
y la presión de la SUNAT.
Lo que se ha conocido luego de la caída del régimen fue el empleo de medios directos
(pero ilegales) para obtener el apoyo de diarios y de canales de televisión. Los casos más
notorios son sin duda los de los “vladivideos” registrados en las oficinas del SIN, donde se
pudo observar a propietarios de canales de televisión (Ernesto Schutz, de Panamericana
Televisión, y José Enrique Crousillat, de América Televisión) recibir millones de dólares
por parte de Vladimiro Montesinos. Más allá del acto inmoral e ilegal, lo que nos interesa
señalar es que el marco legal en la relación entre los medios y el Estado no cambió.
Un caso más bien excepcional fue el del propietario de Frecuencia Latina, Baruch Ivcher, a
quién se le despojó de la propiedad del medio mediante una argucia legal. Al desconocerse su
nacionalidad peruana no pudo ya asumir la propiedad de un medio de comunicación y ello permitió al gobierno de tener al frente de este canal a personas más próximas a sus intereses. Aún
dentro de esta farsa legal, lo que podemos observar es que no se expropió al dueño original del
medio porque haya contravenido alguna ley que impedía la transmisión de ciertos contenidos,
sino que el asunto se manejó dentro de la figura legal de un problema entre partes privadas.
Es dentro de la complejidad de esta relación con la prensa que podemos encontrar la pista
de la estrategia de comunicación del gobierno. Esta pasa por la apariencia formal de una
libertad de prensa, bajo la forma de un supuesto respeto de la libertad empresarial (mientras
que el régimen de Velasco optó por intervenir directamente rompiendo con esta libertad
de empresa), así como un desdibujamiento de los límites entre el discurso informativo y
el entretenimiento, favorecido por el estilo de las portadas de los diarios populares. Este
desdibujamiento de los límites de los géneros discursivos banaliza el lugar de la política en
los medios y hace así menos disonante la presencia tan abierta del recurso a la propaganda
y a la difamación.
El caso de la prensa popular es ejemplar porque esta busca (dentro de su modelo económico) la comunicación con los sectores desfavorecidos. Si, como lo hemos señalado,
bajo el régimen de Fujimori el número de este tipo de diarios aumentó considerablemente,
podemos también constatar que el lugar preponderante que se le concedió al espectáculo y
al deporte en este tipo de diarios encontró un correlato en otros medios (radio y televisión)
particularmente durante los periodos electorales (cf. Fowks, 2000: 65-66; Gargurevich,
2000: 264-269). Podemos así plantear que la reducción del espacio concedido a los temas
políticos y la confusión de los contornos (entre aquello que corresponde al discurso informativo y aquello que remite al entretenimiento) fueron parte de la política de comunicación
del gobierno. En el caso de la prensa popular, la banalización de la información participó
en el desdibujamiento de los límites, hasta entonces mal que bien respetados, entre la información política, la policial y la del espectáculo.
Para comprender cómo estas formas de comunicación se integraron del lado de los receptores, debemos comprender una práctica de lectura corriente en los medios urbanos en el
Perú: el modo de presentación de los diarios y la forma de lectura de estos por parte de
los transeúntes. En los medios urbanos, los diarios son puestos en venta en kioscos o en la
misma calle en los distritos de la ciudad. En los diversos kioscos (formales o informales)
las portadas de los diarios son expuestas unas junto a las otras, formando una suerte de
mosaico informativo. En este mosaico encontramos la totalidad de los diarios en venta.
Los diarios más tradicionales (como El Comercio y La República) se encuentran así junto
a Trome y El Popular.
La práctica de recepción de los peruanos (en medios urbanos) frente a esta forma particular
de presentación de los diarios es la de detenerse un momento a mirar este muro o mosaico
informativo (de camino o de regreso del trabajo, esperando un bus) sin necesariamente
terminar por comprar alguno de estos diarios. El lector recorre las portadas deteniéndose
de un modo distinto por ellas pues algunas pueden atraer más su atención. La copresencia
en que estas se presentan hace, sin embargo, que siempre tenga alguna impresión, así sea
esta muy superficial, sobre el conjunto de estas. Se trata de una práctica que no se restringe
únicamente a los sectores populares, pues este modo de exposición de los diarios puede
encontrarse en los distintos barrios de las ciudades del país.
Lo que sugerimos, entonces, es que los peruanos en los medios urbanos no son nunca los
lectores de un diario o dos, sino que son siempre los lectores de las portadas de todos los
diarios en circulación, expuestos bajo la forma señalada. La portada de un diario no constituye entonces solo una invitación a comprar y leer el diario, sino que dentro de la lógica de
esta práctica de recepción (errática y momentánea que el peruano común realiza todos los
días), se constituye por entero en el texto y la información que son comunicados. Dentro
de la dinámica de la práctica de recepción que hemos señalado, la portada es además parte
constituyente del mosaico informativo en el que se inscribe. Como a menudo ocurre, el lector puede no adquirir un diario, por lo que su percepción del paisaje informativo, político y
cultural, pasa por el mosaico de portadas observado.
Es dentro de esta lógica que la presencia masiva de diarios populares abiertamente favorables
al régimen y contrarios a todos sus oponentes (en la época de Fujimori) consiguió desdibujar
los límites entre la información política y el entretenimiento, y reafirmar las isotopías que
eran ya redundantes en la mayoría de los diarios que eran de este modo expuestos. La noción
de isotopía que señalábamos antes nos es aquí bastante pertinente, pues ella señala la redundancia de semas (rasgos semánticos) que da un fondo de coherencia a un texto. Lo particular
de nuestro caso, visto en la lógica de la práctica de recepción descrita, es que la redundancia
sémica no se produce para el lector únicamente sobre la portada de un diario, sino sobre el
conjunto de diarios que su lectura recorre en el mosaico. Dentro de él encontraba una misma
lógica en la presentación de los actores y de los temas (la construcción del actor Fujimori
y de los valores de los que era investido, así como aquellos señalados para sus opositores).
La estabilidad semántica de la comunicación transmitida encuentra, entonces, todo su
sentido por la copresencia de informaciones similares sobre la mayoría de diarios en circulación. Lo que la recurrencia de los mismos contenidos y constantes semánticas en estos diarios conseguía así era dar forma a un paisaje político, social y cultural que no por
redundante y monótono dejaba de ser coherente. Es de ahí que proviene la importancia de
controlar los contenidos que aparecen sobre estas portadas.
El mecanismo, que conocemos mejor ahora, indica que los titulares de las portadas eran
concebidos y enviados desde el SIN, por vía telefónica o por medio de emisarios, a los
diarios, donde el director de la publicación hacía algunos cambios y se ocupaba de la diagramación para, finalmente, antes de remitirlo a imprenta, enviarlo una vez más al SIN para
una última confirmación (cf. Fowks, 2000: 71-72). Dado que la práctica de lectura descrita
encontraba como horizonte de pertinencia no solo la portada sino el mosaico formado por
ellas, la forma que se daba a estas describía un paisaje político para los lectores.
Esta estrategia de comunicación toma entonces sentido porque ella se integra a las prácticas de recepción formadas
en la vida corriente de los medios urbanos del país. En el mismo
sentido, la circulación de la información que pasa por esta mediación se nutre del lenguaje
popular urbano, así como de los imaginarios mediáticos y populares. No se trata así de una
comunicación artificial impuesta de arriba hacia abajo, desde el poder hacia el público,
sino más bien de una integración en la comunicación de los imaginarios y lenguajes de las
clases populares así como de sus prácticas de lectura. Ello produce un efecto de coherencia
del sentido (los lectores reencuentran los mismo referentes, los mismo lenguajes) al tiempo
que sitúa sobre el mismo plano a los actores de la vida política y del espectáculo.
5. Conclusiones
Comprender las estrategias de comunicación que están en juego en los diarios populares
exige de nuestra parte situarlos frente a las prácticas de recepción constituyentes de los
modos de vida y de las prácticas significantes de la vida corriente. En este sentido, el caso
de la prensa popular en el Perú nos lleva a reflexionar sobre los modos de consumo y de
lectura de la información en el país.
Se ha escrito mucho sobre las formas manipuladoras de esta prensa en el tiempo de Fujimori, pero,
al mismo tiempo, se ha obviado el comprenderlas dentro de la lógica de las prácticas de lectura
que les daban sentido. Al respecto, hemos podido observar que las constantes
narrativas y semánticas presentes en las portadas de la mayoría de los diarios populares en
circulación en aquella época conseguían proponer un discurso coherente sobre el universo
político y cultural porque su exposición en forma de un mosaico de portadas era aquella a
la que accedía la población en los contextos urbanos.
A la estrategia de comunicación que se desplegaba desde el gobierno le correspondía así
una práctica significante en recepción. Un trabajo que todavía debe realizarse sería el de
pensar, de un modo más global, en la integración de las estrategias de comunicación y de
las formas de recepción, los imaginarios retomados y representados, así como las formas
plásticas reutilizadas.
NOTAS
1. El titular hace referencia a la presencia de la armada china en el paralelo 38 en 1950, frente a la armada
americana y surcoreana, en el contexto de la guerra de Corea.
2. Se pudo así conocer que los titulares eran enviados desde las oficinas del SIN y que los propietarios de los
diarios recibían un pago por cada publicación con recursos del Estado. Por ejemplo, el director y propietario
de El Tío, José Olaya Correa, recibió, entre 1998 y el 2000, 1,5 millones de dólares (Conaghan, 2002: 117-
119). El publicista Augusto Bresani actuaba muchas veces como intermediario entre Vladimiro Montesinos y los
propietarios de estos diarios (cf. Fowks, 2000: 70-74).
3. “L’approche par la médiation prétend décrypter les objets culturales qui circulent dans les médias, participent
à la fabrication des imaginaires et sont à la fois habités par eux, et dont la réception entraine des pratiques
culturelles collectives et des processus identitaires” (texto original).
4. “[...] l’une des dimensions essentielles de l’analyse des pratiques sémiotiques tiendra à cette tension permanente
entre l’accommodation programmée et l’accommodation inventée, entre la préschématisation et l’ouverture à
l’altérité ; bref, entre programmation et ajustement” (texto original).
Fuentes consultadas
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Peru”. The Harvard International Journal of Press Politics, núm. 7, pp. 115-125.
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