La academia ante el periodismo
post-industrial. De la cultura masiva
a la desmasificación y
fragmentación
Recibido: 27 de noviembre de 2012
Aceptado: 26 de junio 2013
Daniel
Mazzone
mazzone@ort.edu.uy
Universidad
ORT (Uruguay)
Resumen:
El campo comunicacional arrastra una crisis de incorrespondencia entre la acumulación
teórica y la reproducción del conocimiento en las carreras académicas de
subcampos como el periodismo. Hace tres décadas, Verón y Martín-Barbero
instaron a desplazar el análisis de los medios hacia las mediaciones, Scolari
(2008) puso en foco las hipermediaciones, esa “trama de reenvíos, hibridaciones
y contaminaciones” y Castells (2009), las transformaciones sociales provocadas
por la “autocomunicación de masas”. Mientras el desafío es pensar en términos
de desmasificación y fragmentación, nociones superadas como cultura masiva o
industria cultural, resisten y reducen la profesión al monólogo que incide cada
vez menos en la gestión informativa. Este trabajo se interroga sobre las
condiciones que distorsionan la articulación entre dos planos académicos
necesariamente interdependientes.
Palabras
clave:
Ciberperiodismo, academia, medios, mediaciones, hipermediaciones, ecosistema,
conocimiento, comunicación, teoría, acumulación, fragmentación.
Abstract: In the academic careers of subfields like Journalism, the
communicational field is at a crisis
caused by the gap between theory accumulation and knowledge reproduction.
Thirty years ago, Verón and Martín-Barbero proposed a new approach, displacing
analysis of the media to mediations. In 2008, Scolari started focusing in the
hypermediations, consisting of forwards, hybridization and contaminations. In
2009, Castells put emphasis on the observation of social transformations provoked
by mass auto-communication. While we must think in dismassification and
fragmentation, obsolete notions like massive culture or cultural industry
resist, reducing the profession to a poor monologue with little
incidence in the informative
management. The subject of this paper is to discuss the factors that disturb
the connection between two academic plans necessarily interdependent.
“En la edad del conocimiento, no reconocer al otro en su inteligencia, es negar su verdadera identidad social,
es alimentar su resentimiento y su hostilidad, es sustentar la humillación, la
frustración de la que nace la violencia” (Pierre Lévy).
1. Introducción. Dos décadas de ciberperiodismo en medio de la lógica
analógica
Dos intensas décadas de ciberperiodismo no lograron desplazar la lógica analógica que (de mantenerse la
tendencia inercial) seguirá hegemonizando las carreras de periodismo en
Iberoamérica. Los analistas del campo disciplinar de la comunicación reiteran
que la selección de objetos de estudio y de investigación, así como los planes
y programas de estudio en países de la región, no condicen con el desarrollo
alcanzado por la teoría.
Vasallo y Fuentes (2000), Pereira (2005), Mata
(2005), Said (2010) y Mellado (2007 y 2010) coinciden en que la crisis del
campo es profunda y no debe abordarse con criterios reduccionistas. Las
prácticas y los programas académicos presentan un desfase con las operaciones
que las nuevas tecnologías posibilitan, en una distorsión que expande la brecha
entre aquello que los usuarios demandan y lo que la academia debería explicar y
no explica.
Los análisis coinciden en que el desequilibrio entre teoría y práctica se origina en los mecanismos académicos
que deberían operar y no operan para que el ámbito de la reproducción del
conocimiento se nutra convenientemente del conocimiento científico. Reiterados
desde hace más de una década, los diagnósticos revelan un desfase entre la
acumulación teórica y las prácticas académicas, que parecería explicar el lento
e insuficiente recambio en las carreras de periodismo, que no terminan de
ubicarse a la altura de las innovaciones introducidas por la cultura de las
redes reticulares.
Esa distorsión determina el enfoque (a menudo errático) de los cursos, así como la inclusión del periodismo
digital a través de materias aisladas e inconexas, cuyo destino se diluye en
medio de carreras creadas, en su mayoría, en tiempos pre-digitales y que
intentan adaptarse a través de modificaciones parciales en ciclos variables,
sin revisiones profundas y a través de materias no troncales desconectadas
entre sí. Incluso las escasas materias referidas al ciberperiodismo tienden a
centrarse en las nuevas competencias técnicas, con prescindencia de los
contenidos teóricos, o incluyendo la teoría de tal modo que difícilmente podría
conducir a la comprensión de los procesos mediáticos en curso.
Esta desvinculación entre la acumulación teórica y las prácticas
académicas se ubica en el marco más amplio del proceso de cambios
que atraviesa el modelo de educación superior en el siglo XXI, que
Gibbons
(1998: i) describe como “el surgimiento de un sistema distribuido de
producción
de conocimiento”:
“En lo que a las universidades se refiere, la modificación más profunda es que la producción y divulgación del
conocimiento -la investigación y la enseñanza- ya no son actividades autónomas,
que se llevan a cabo en instituciones relativamente aisladas. Ahora implican
una interacción con otros diversos productores de conocimiento. En estas
circunstancias, las vinculaciones entrañarán más y más el aprovechamiento del
potencial de las nuevas tecnologías de información y comunicación”.
El recorte del alcance cognitivo que proyecta la desarticulación de dos
planos académicos que requieren imbricación profunda, distorsiona la
adecuada elaboración académica sobre la naturaleza del cambio y la
correspondiente divulgación a través de los nuevos profesionales. En
consecuencia, las audiencias, el conjunto social, continúa manejándose
(como
veremos) con concepciones y nociones teóricas superadas, mientras el
uso
generalizado de los nuevos dispositivos, generadores globales de
cambios
sociotécnicos, perfila la nueva realidad que modifica las formas de
vivir de
esas mismas audiencias. Algunos debates públicos, incluso académicos,
revelan
la brecha evidente entre el consumo mediático en expansión y la
comprensión de
sus capacidades operativas.
1.1. Una recepción contradictoria
Parece por lo menos contradictorio que mientras significativos segmentos
de usuarios se incorporan con naturalidad y autonomía crecientes a la
generación de circuitos y comunidades virtuales (así como a un nuevo y
espontáneo relacionamiento con los medios) al mismo tiempo surjan voces
(incluso académicas) que resuciten antiguos temores amenazadores sobre la
pretendida capacidad manipuladora de los medios, que podrían manipular unos
medios que, si son tradicionales, están constreñidos a resolver su
supervivencia a cortísimo plazo, y si son nuevos, se rigen por las reglas
culturales de la desmasificación y la fragmentación.
Estas falsas polémicas ya eran señaladas por García
Canclini (1991: 6) desde el prólogo al clásico de Martín-Barbero, De los medios a las mediaciones:
“Si los primeros investigadores
de medios trataban de saber cómo hacen estos para manipular las audiencias, al
estudiar la reformulación del aura artística en la gran ciudad y el proceso de
formación de lo popular en las novelas de folletín, la prensa y la televisión
[este libro] ofrece una de las refutaciones teóricas más consistentes a las
ilusiones románticas, al reduccionismo de tantos marxistas y al aristocratismo
frankfurtiano”.
La
principal dificultad de enfoque de los planes y programas de estudio de periodismo
consiste en que las concepciones predominantes se encuentran mayoritariamente
fijadas en
el eje de los medios, con frecuencia todavía percibidos como meros soportes para transportar contenidos.
La incomprensión subyacente de la etapa actual de los cambios mediáticos,
dificulta la puesta en foco de las operaciones complejas que se realizan desde
los nuevos dispositivos y los cambios sucesivos que continúan procesándose.
La ya antigua noción de las mediaciones resulta
insuficiente para abordar el nuevo estadio de las hipermediaciones, cuya trama
de reenvíos, hibridaciones y contaminaciones (Scolari, 2008) condu-ce a
analizar el nuevo ecosistema de los medios en términos de desmasificación y
fragmentación.
1.2. Un
marco analítico y metodológico
Este trabajo, basado en un relevamiento de la bibliografía especializada, en los resultados de dos
investigaciones relativamente recientes (Said en Colombia y Mellado en Chile) y
en una observación propia y actual sobre los planes de estudio de Periodismo de
las cuatro universidades uruguayas que ofrecen carreras del ramo, se propone
relevar y describir el estado de situación del ciberperiodismo en las prácticas
académicas en general y en los programas de estudio en particular.
Se pretende ubicar la crisis del campo comunicacional en una doble transición: aquella en la que se encuentra la
universidad debido al cambio en las modalidades de producción del conocimiento
en el siglo XXI (Gibbons) y, a su vez, en la transición específica que
atraviesan la comunicación y el periodismo académicos, en sus intentos (por el
momento insuficientes) por incorporar a sus planes y programas de estudio el
nuevo escenario de las redes reticulares y los cambios culturales que provoca.
Luego de esta introducción, en el segundo punto, se abordará el marco de crisis en el que se encuentra el campo
comunicacional, a partir del giro epistemológico no metabolizado de la década
de 1980, en que Eliseo Verón y Jesús Martín-Barbero instaban a superar el
enfoque en los medios para pasar a la mediatización y a las mediaciones. Se
considerarán algunas consecuencias visibles de esta dificultad en los planes y
programas.
En un tercer punto, se procurará examinar la
desarticulación teórico-práctica del campo, a partir de los déficits de la
divulgación académica y cómo se manifiesta esa falta en la construcción social
de la realidad. Algunos diagnósticos indican que al resignar espacios, y operar
como espectadora de los cambios, la academia forma profesionales que
difícilmente estén en condiciones de introducir prácticas innovadoras, dadas
las nociones superadas largamente por la teoría e inoperantes para este momento
social en que han adquirido su expertise.
Finalmente, antes de arribar a la sección conclusiva, en el cuarto punto se abordarán algunas de las
características del momento comunicacional actual, como las que imponen las
hipermediaciones, caracterizadas por la desmasificación y la fragmentación, en
momentos en que todavía el campo se debate por dejar atrás concepciones
ancladas en nociones como la de cultura masiva. Allí se considerarán algunas
propuestas que los analistas del campo realizan con vistas a acortar la brecha
epistemológica y actualizar las prácticas académicas del campo comunicacional.
1.2.1. Objetivos. Dar cuenta de
una situación insatisfactoria
Se procura dar cuenta de la siuación actual del ciberperiodismo en las prácticas académicas, considerando el retraso ostensible
en la presencia orgánica del ciberperiodismo como objeto de estudio en la
investigación y en los planes y programas de estudio, que en la mayoría de los
casos se reduce a materias aisladas, no siempre troncales u obligatorias, y a
menudo con escasa presencia teórica.
También procura reflexionar sobre las dificultades que podrían
interponerse para que la incorporación de los criterios de la nueva
cultura de las redes reticulares permee las carreras de periodismo en
el grueso
de las universidades tomadas en cuenta por la bibliografía y las
observaciones
aquí consideradas.
Si bien la tendencia es a presentarlo en cursos aislados que se diluyen
en medio de concepciones analógicas, han comenzado a surgir iniciativas, como
las de la I Jornada Iberoamericana de enseñanza del ciberperiodismo en las
Facultades de Comunicación (2012), que reclaman “espacios de reflexión
permanente” y un nuevo tratamiento curricular.
Este trabajo también se interroga acerca de las razones que podrían operar para que cuestiones cruciales como la comprensión y
metabolización de nociones, como las de las mediaciones y las hipermediaciones,
no terminen de incorporarse al acervo de las escuelas de comunicación en toda
su fertilidad; cuál es el eslabón de la cadena de acumulación que interrumpe la
articulación entre los avances de la teoría y los planes de estudio de las
carreras de comunicación en general y de periodismo en particular.
Finalmente, se procurará establecer algunas de las consecuencias sociales que depara esta inconsecuencia académica.
1.2.2. Metodología. Observando
planes de estudio
Este trabajo se basa en el relevamiento de la bibliografía
especializada, en las conclusiones a que arribaron dos investigadores (Said,
2010; Mellado, 2007 y 2010) y en una observación descriptiva (no exhaustiva y
necesariamente acotada a la duración de un cuatrimestre) sobre los planes de
estudio de la carrera de Periodismo en cuatro universidades uruguayas.
La observación propia se llevó a cabo en mi curso de Nuevas Tecnologías, del quinto semestre de la licenciatura en Comunicación
periodística de la Universidad ORT Uruguay, sobre los programas académicos de
las cuatro universidades uruguayas que ofrecen cursos de Periodismo, y revela
que, como se preveía, que las materias relativas a ciberperiodismo son materias
aisladas, desconectadas entre sí, y a menudo electivas y no troncales, que
finalmente se diluyen en carreras de concepción analógica.
Buena parte de las preguntas e hipótesis que motivaron este trabajo se generaron en los doce años ininterrumpidos que llevo
dictando un curso de Periodismo Digital, que se encuadra perfectamente dentro
de muchas de las afirmaciones que aquí se realizan.
Analizar retrospectivamente la historia del programa (que cambiaba año a año en busca del equilibrio,
imposible de lograr para un curso, entre los diferentes aspectos de un
escenario que sólo se podría abarcar a través de nuevo plan de estudios)
constituyó el primer paso para analizar una inadecuación ostensible.
1.2.3.
Hipótesis de trabajo
La hipótesis principal de este trabajo consiste en
sostener que las dificultades para incorporar la acumulación teórica a los
planes de estudio y programas académicos de periodismo en el campo
comunicacional, se relacionan más con dificultades del propio campo en
propiciar debates abiertos y frontales para superar nociones perimidas, cuya
vigencia sólo puede detener el avance del campo comunicacional, que con
impedimentos reales vinculados a la especificidad del ciberperiodismo, por
ejemplo, las dimensiones ontológicas del cambio operado.
Mientras la academia no termina de formar adecuadamente a sus profesionales, el conjunto social presenta un
grado de avance sociotécnico que supera lo que el sistema académico le
proporciona. O sea que los usuarios modifican los usos de los dispositivos y
son modificados a su vez por ellos, sin que se comprenda del todo qué es lo que
se hace y por qué es posible hacer eso que se hace.
La ineficacia de la mayoría de los cursos de periodismo digital radica en que suelen formar parte de carreras
pensadas con concepciones analógicas, que sólo se modifican parcial e
insuficientemente en adaptaciones que ocurren en ciclos variables sin abordar
los cambios en términos de ecosistema.
2. Un campo disciplinar en crisis
Según Brownel, un campo disciplinar se constituye
en torno a una “comunidad de personas, expresión de imaginación humana, un
dominio, una tradición, una estructura sintáctica, un modo de preguntar, una
estructura conceptual, un lenguaje especializado u otro sistema de símbolos,
una herencia de literatura y artefactos, y una herramienta de comunicación, una
instancia evaluativa y afectiva, y una comunidad instructiva” (ápud Coiçaud, 2008: 27).
Pero si bien el modelo de producción de conocimiento, basado en disciplinas, es el que casi todas las
universidades importaron, también es, según Gibbons (1998: 5-6), el que
comienza a ser superado por formas más eficientes de producción de
conocimiento. El tipo de estructura disciplinar
“da la pauta a los investigadores de cuáles son los problemas importantes, cómo se los debe abordar, quién ha de hacerlo y qué se considerará una contribución en esta esfera [...] Llamaremos a esto Modalidad 1 de producción de conocimiento [pero] hay ya pruebas suficientes que revelan que está comenzando a surgir un conjunto nuevo y distinto de prácticas cognitivas y sociales [...] En la Modalidad 1 los problemas se plantean y solucionan
en el contexto regido por los intereses -principalmente académicos- de una comunidad específica. En cambio,
en la Modalidad 2, el conocimiento se produce en un contexto de aplicación
[...] es transdisciplinaria [...] se caracteriza por su heterogeneidad [...]
posee una jerarquía más plana que usa estructuras organizacionales transitorias
[...] tiene mayor responsabilidad social y reflexiva [e] implica un sistema
mucho más amplio de control de calidad [...] Indudablemente sigue habiendo
evaluación colegiada, pero la Modalidad 2 incluye un conjunto de ejecutantes
más amplio, temporario y heterogéneo, que colaboran en un problema definido en
un contexto específico y localizado”.
Es probable que las deficiencias que los críticos señalan hacia quienes estudiaron el campo comunicacional en las últimas
décadas, sin detectar sus debilidades conceptuales, se inscriban en este
proceso radical de cambio universitario hacia formatos de producción de
conocimiento distribuido, en que la innovación más trascendente ha sido la
interdependencia mutua entre el campo de la acumulación teórica y el de la
reproducción y divulgación del conocimiento.
Precisamente esa disrupción entre teoría y práctica, que aqueja al campo comunicacional y que la teoría contemporánea de
producción de conocimiento virtualmente desaconseja, es la que paradojalmente
no fue registrada por los investigadores que se abocaron a relevarlo en las últimas
décadas.
Vasallo y Fuentes (2000) se referían, hace más de
una década, “a la escasa reflexión que ha existido acerca de la
institucionalización de los estudios de comunicación en América Latina y, en
ese marco, al escaso interés concedido a los mecanismos y procesos
institucionales que intervienen en el desarrollo de las investigaciones que
podríamos llamar ‘comunicativas’ o ‘comunicacionales’”. Si bien se han escrito
obras de sistematización del pensamiento comunicacional en la región, como las
de Jorge Rivera (Argentina), José Marques de Melo (Brasil), Luis Peirano
(Perú), Giselle Munizaga (Chile), Ramiro Beltrán (Bolivia), estas “no abordaron
suficientemente las razones sustantivas -incluyendo los fundamentos teóricos y
las constricciones académico-administrativas- por las cuales, como indican
Vasallo y Fuentes, se producen los procesos de elección de los ‘objetos de
investigación’” (Mata, 2005: 14).
Las observaciones críticas van incluso más allá. Indican que el campo comunicacional regional no sólo desvincula teoría y
práctica, sino que tampoco favorece la convergencia en foros comunes de
académicos de los diferentes países. Un estudio de 2010, con 35 entrevistas a
académicos de la región, lleva a Mellado (2010: 284) a señalar el “notorio
desconocimiento por parte de los investigadores en cuanto a la realidad del
periodismo y desarrollo de la comunicación social en otros países
latinoamericanos”:
“Llama fuertemente la atención que más de la mitad de los entrevistados expresen no estar al tanto de las
perspectivas conceptuales y modelos de formación del área, más allá de las
fronteras nacionales”.
2.1. Un
giro epistemológico no metabolizado
Una primera consecuencia visible de aquel funcionamiento disruptivo puede detectarse en los alcances de la
acumulación teórica comunicacional que permanecen sin incorporarse al acervo y
a las prácticas académicas.
En la década de 1980, Verón y Martín-Barbero
introdujeron nociones que instaban a trasladar el eje del análisis hacia las
mediaciones y superar las concepciones fijadas en los medios, a los que por
otra parte, se reducía a meros vehículos transportadores de contenidos. Eran
los movimientos teóricos previos a los grandes cambios introducidos en la
comunicación en la década de 1990 por la irrupción de las (entonces sí) nuevas
tecnologías, con Internet en 1990 y el ciberperiodismo, generalizado a partir
de 1994. Ya en ese momento habría empezado a manifestarse una brecha
epistemológica que no cesa de profundizarse.
La incomprensión de ese giro de los años 80, dificultó la problematización de “las prácticas comunicacionales
abiertas por los nuevos dispositivos tecnológicos [...] tanto las
construcciones teóricas que lo constituyen y que se expresan en prácticas de
investigación y enseñanza, como esas mismas prácticas académicas” (Mata, 2005:
14). Lo incomprendido, para la mencionada autora, fue el corte producido en los
80, en que “se fisuró, desde diversos lugares conceptuales, disciplinarios y
políticos, esa suerte de ‘unidad’ [...] entre los medios masivos y la cultura
masiva” (ibídem: 15).
En los 90, la noción de sociedad mediatizada proveyó “un nuevo principio de comprensión de los procesos de
producción colectiva de sentido en las sociedades postindustriales, una
capacidad comprensiva que anteriores categorías -como las de cultura masiva o
industria cultural- parecían haber perdido” (ibídem: 16).
Quizá radiquen aquí algunas de las causas que anclan la situación del campo a nociones vencidas que impiden
pensar lo nuevo con las categorías que reclama lo nuevo. En el prólogo al
clásico de Martín-Barbero ya citado, García Canclini (1991) le apuntaba a las
concepciones ingenuas que siguen pensando a los medios en términos de
manipulación de audiencias (ese aristocratismo heredado de Frankfurt y cierto
marxismo decimonónico). Dicho autor señalaba que en realidad, desde una visión
menos ingenua, se advierte que las sociedades cambian cuando irrumpen
tecnologías novedosas y lo hacen a través de “la escuela y la iglesia, la
literatura de cordel y el melodrama, la organización masiva de la producción
industrial y del espacio urbano” (ibídem:
5).
El núcleo resistente con el que debatían Martín-Barbero y García Canclini parece haber sobrevivido y llega
hasta nosotros, 20 años después, con muy buena salud y grandes posibilidades de
obstaculizar la renovación y la innovación.
2.2.
Reducir la profesión al reporteo y no incidir en la gestión de la información
Mellado y otros (2007: 156) señalaban, desde otro ángulo, la crisis del subcampo disciplinar del periodismo
en la forma de encarar las prácticas académicas:
“La definición de la profesión, restringiéndola solamente al ámbito del reporteo, es a nuestro juicio caer en
un error y en una ingenuidad intelectual, que sólo retrasa e impide un mayor
desarrollo de la disciplina a través de la gestión de la información, dando
espacio para que actores ajenos a nuestro expertise
se integren dentro del ámbito propio de la comunicación social”.
Es
que si se reduce el papel de los medios a meros transportadores de
textos, operación que prescinde de las mediaciones, se elude
precisamente el núcleo de la situación comunicacional contemporánea,
constituidas por los procedimientos mediadores que se realizan desde
los
medios. Como ha señalado Verón (2005: 194), el término “medio” señala
un
concepto sociológico y no tecnológico:
“No solamente un dispositivo tecnológico particular
(por ejemplo, la producción de imágenes y de sonidos en un soporte magnético,
sino la conjunción de un soporte y de un sistema de prácticas de utilización
(producción/reconocimiento). El video doméstico, que conduce al registro de
escenas de la vida familiar, y la televisión de audiencia masiva no se
diferencian debido a la naturaleza del dispositivo tecnológico; pero no se
trata realmente, en un caso u otro, del mismo ‘medio’. Los diferentes
procedimientos que confluyen a lo escrito impreso, no son sino dispositivos
técnicos. La prensa escrita de lectura masiva es un medio; el equipo computador
personal-impresor que ha hecho entrar a lo escrito impreso en el universo de
los usos individualizados está probablemente creando otro medio, absolutamente nuevo.
El ‘medio de comunicación’ es por lo tanto para mí un concepto sociológico y no
tecnológico”.
Es decir que las prácticas de quienes editan, producen y administran los
medios, deben observarse en el escenario crecientemente interactivo en el que
juegan unas audiencias dinámicas que establecen un relacionamiento en el que
generalmente juegan tensiones y conflictos entre quienes desean que algunas
historias se conozcan, y otros igualmente interesados en que esas mismas u
otras historias se ignoren. Esa ida y vuelta tradicional, histórico, de la
información, está sometido a condiciones cada vez más aleatorias y menos
controlables por cualquier poder que respete las mínimas garantías de la
libertad de expresión.
Seguir poniendo en juego las nociones como cultura de masas e industria cultural y correlativamente reducir a los medios a
transportadores de contenidos en presuntas superestructuras, parece funcional a
quienes esquematizan una realidad escasamente verosímil en la que unos medios
todopoderosos modelan a la sociedad y pretenden que se acepte colectivamente la
visión de que la comunicación consiste en un campo de batalla de unos medios
contra otros medios, como si se tratara de partidos. En realidad, “la mediación
de los medios se realiza más a gusto del público cuando menos puede hablarse de
coincidencia entre quienes administran el poder político y quienes administran
la influencia social” (Gomis, 1991: 177).
Sin considerar el concepto de mediación para administrar, el cual la sociedad legitima a medios y periodistas, las operaciones que contribuyen a la construcción social de sentido se tornan inapresables e incomprensibles para los profesionales del periodismo y las audiencias. Martín-Barbero (1997: 203) lo decía de este modo:
“Cargada tanto por los procesos de
trasnacionalización como por la emergencia de sujetos sociales e identidades
culturales nuevas, la comunicación se está convirtiendo en un espacio
estratégico desde el que pensar los bloqueos y las contradicciones que
dinamizan estas sociedades-encrucijada, a medio camino entre un subdesarrollo
acelerado y una modernización compulsiva. De ahí que el eje del debate se
desplace de los medios a las mediaciones, esto es, a las articulaciones entre
prácticas de comunicación y movimientos sociales, a las diferentes
temporalidades y la pluralidad de matrices culturales”.
2.3. El
poder de las viejas concepciones “superadas”
Al cancelar paulatinamente sus capacidades para abordar situaciones comunicacionales de mayor complejidad, el
campo disciplinar queda a expensas de reduccionismos y simplificaciones. De ahí
que las Facultades y Escuelas de Periodismo “hayan terminado por aportar poco
en términos del desarrollo propio del área, convirtiéndose en meras
espectadoras de una realidad y de una diversificación laboral que, al parecer,
no piensa esperarlas, pero que sí necesita urgentemente de su intervención”
(Mellado y otros, 2007: 159-60). Si ya se arrastraban inconsecuencias por incomprensión
de nociones como la de mediación, la irrupción de las nuevas tecnologías
provoca cambios en cadena que se tornan exponenciales con la introducción de la
hipertextualidad y su correlato mediático de las hipermediaciones. Retomaré
este tema más adelante.
Si como postula Castells (2012: 23), “la lucha de poder fundamental es la batalla por la construcción de
significados en las mentes”, no debería eludirse la atribución de
intencionalidad a la pretensión de ignorar el conocimiento acumulado en el campo
comunicacional. De hecho, el bloqueo de las nociones de las décadas de los 80 y
90, permite a las viejas concepciones que creíamos superadas, cobrar vida en
debates cruciales y muy actuales, por esa “construcción de significado”.
Como ha señalado Verón (1998: 25), siempre estamos
inmersos en “lo ideológico”, que no es necesariamente “algo malo: ilusión,
error, deformación de clase, prehistoria u obstáculo”, sino una “dimensión
estructural de toda práctica”. De modo que si lo ideológico no es un componente
abstracto, aparte, sino que toda noción lo contiene como una dimensión
inherente, la prolongación del estatus que desarticula la teoría de las
prácticas académicas, de hecho conduce a estas a organizarse en base a
concepciones perimidas que sólo pueden irradiar obsolescencia.
Quizá haya que preguntarse a qué segmentos de la realidad regional podría beneficiar, que la academia forme unos profesionales de la comunicación con limitaciones cognitivas relativas a los dispositivos de última generación y sus capacidades operativas, y contrario sensu, a qué segmentos podría perjudicar que las prácticas académicas asuman la acumulación teórica vigente. “La mayoría de los programas académicos profesionales en Comunicación [...] han sido cuidadosos en no reducir su tarea a la enseñanza de oficios y prácticas, en no caer en la trampa exclusiva de la reproducción del mundo laboral en las aulas” (Pereira, 2005: 9), pero quizá por cuidarse en exceso de los peligros del mercado, esos mismos planes y programas hayan debilitado sus defensas frente a otras trampas posibles.
Martín-Barbero
(1987: 9-10) recordaba que en 1977 “algunos comenzamos a sospechar de
aquella imagen del proceso en la que no cabían más
figuras que las estratagemas del dominador” y los receptores dominados:
“Justo por esos años algo se nos movió en realidad -por estas latitudes los terremotos no son infrecuentes- tan
fuertemente que dejó al aire y nos hizo visible el profundo desencuentro entre
método y situación: todo lo que del modo en que las gentes producen el sentido
de su vida, del modo en que se comunican y usan los medios, no cabía en el
esquema”.
Mellado y otros (2007: 157) también abundan sobre el punto que mantiene
al campo comunicacional trabado en sus contradicciones y sostienen que en el
caso chileno (pero la afirmación, dicen, podría extenderse a la región) “la
industria y las organizaciones vinculadas a la gestión de la información han
avanzado movidas casi exclusivamente por la innovación tecnológica y los
cambios sociales provocados por la llegada del nuevo siglo, y no por la acción
de la academia”. Basados en Moragas (2005), los autores consideran que:
“Frente al aumento de la oferta y demanda
universitaria en el área del periodismo y la comunicación social, se han
cometido grandes errores, que aunque el autor los remite a España, nosotros los
enfocamos contextualizadamente a Chile y, presumiblemente a gran parte de
Latinoamérica. Dichos errores consistirían, en primer lugar, en la creación de
centros universitarios de comunicación sin ningún programa de formación
orientado desde el propio proceso de reflexión de la disciplina, sino
considerando erróneamente que un cambio de demanda externa justifica la
substitución de la formación humanística y social de base, por una prematura
formación práctica en comunicación sin mayor análisis previo. En segundo lugar,
el inmovilismo de los planes de estudio y su prácticamente igualdad en
cualquiera de las universidades chilenas, así como la tendencia a aislar los
estudios de comunicación de las propias ciencias sociales y las humanidades, se
ha ido traduciendo en puntos débiles de la formación y también de la
investigación en comunicación, dando pie a que las propias disciplinas afines a
nuestro quehacer, pongan en duda la viabilidad de nuestra profesión y la
trascendencia de los estudios en comunicación” (ápud Mellado y otros, 2007: 159).
La desconexión entre la acumulación teórica y el plano de la reproducción del conocimiento académico tendría, como una de las
fuentes posibles, el error de no insertar la producción académica en las series
de las ciencias sociales y sustituirlas por la “prematura formación práctica en
comunicación”. Esta hipótesis parece insertar los problemas del campo en la
dirección señalada por Gibbons (1998), quien postula que la modalidad 2 de
producción de conocimiento académico reclama para sí una mayor flexibilidad que
permita acumular en términos transdisciplinarios.
2.4.
Chile, Colombia, Uruguay. El desconocimiento académico mutuo
Si las consecuencias de esta desestructuración del campo comunicacional pueden rastrearse hasta el giro
epistemológico de los 80 y en la relativa pasividad de las escuelas de
comunicación (para incorporar los cambios culturales suscitados por las
novedades tecnológicas), así como en cierta reducción de la profesión
periodística al reporteo (que prescinde de incidir en la gestión informativa),
las deficiencias no pueden dejar de manifestarse en las observaciones
realizadas en algunos de nuestros países.
Dos investigaciones de Mellado (2007 y 2010), la
primera de ellas citada reiteradamente, y otra de Said (2010) coinciden con mi
propia observación, menos ambiciosa y acotada a la presencia del periodismo
digital en los planes de estudio de Periodismo en las universidades uruguayas
(2013), en la débil presencia del ciberperiodismo en el campo comunicacional de
la región.
En el caso chileno, Mellado señala que “la industria y las organizaciones vinculadas a la gestión de la información han avanzado movidas casi exclusivamente por la innovación tecnológica y los cambios sociales provocados por la llegada del nuevo siglo y no por la acción de la academia” (ápud Mellado y otros, 2007: 157). Más adelante la autora (2010: 274) advierte también que la academia latinoamericana “sigue pensando el ejercicio y significado profesional del periodismo a partir de los medios de comunicación”. Asimismo, afirma que “las escuelas de periodismo y las facultades de comunicación hoy se enfrentan a la dificultad de unir de manera armoniosa el contenido de las técnicas periodísticas con las bases teóricas y el estudio de la comunicación social” (ibídem: 277).
Para el caso colombiano, Said (2010), coincide en
que si bien “los docentes de la Fcs-Col parecen estar conscientes de la
importancia dinamizadora que están ejerciendo las TIC en la formación de nuevas
tipologías profesionales al interior del periodismo [...] no existen señales de
reconocimiento de la complejidad conceptual que encierra el ciberperiodismo”.
“Si bien es cierto que el concepto de
ciberperiodismo alude también a todo lo que encierra la labor periodística
tradicional, la forma como lo definen los docentes no da señales de incluirse
otros rasgos que caracterizan el creciente escenario mediático digital [como]
el auge en la colaboración entre agentes de información y comunicación; la
ampliación de canales de interacción entre periodistas y usuarios [lectores];
el aumento de la participación de estos últimos; así como la adquisición de
e-competencias [...] en la nueva generación de profesionales que se están
formando [...] los datos aquí mostrados nos muestran a unos docentes que no son
capaces de reconocer: 1) la
incidencia que tendrá la dinamización de un nuevo modelo comercial y
profesional, ante el auge de los medios digitales desde internet; y 2) la incidencia que tiene su labor
pedagógica en la formación de estos profesionales, en aspectos vinculados con
el fomento del hábito de uso de las TIC y de una cultura digital en estos”
(Said, 2010: 41).
La observación1
que se planteó a un equipo de estudiantes de mi curso de Nuevas Tecnologías (5º semestre de la Licenciatura en Comunicación
Periodística, Universidad ORT Uruguay), no se propuso más que determinar la
forma en que el ciberperiodismo se insertaba en las carreras de Periodismo de
las universidades uruguayas. Sin embargo, los resultados obtenidos, más las
entrevistas realizadas a algunos responsables de las carreras respectivas,
permite asegurar que el panorama no es muy diferente al enunciado por el
análisis de Said para la realidad académica colombiana, citado anteriormente.
En Uruguay hay 4 universidades con carreras de Periodismo y seis materias están vinculadas al ciberperiodismo, de las cuales
sólo tres son obligatorias y las tres restantes optativas. Es decir, que entre
las 132 materias que en total dictan las cuatro universidades que ofrecen
carreras de periodismo en Uruguay, seis están vinculadas al ciberperiodismo, y
únicamente tres, es decir el 0,02 por ciento, son obligatorias.
El extremo lo expresa la Licenciatura en Comunicación de la Universidad
de la República (que se desarrolla actualmente con un plan de 1995) cuenta con
26 materias y no tiene ninguna materia vinculada a ciberperiodismo. La
Universidad Católica del Uruguay cuenta con una carrera de Periodismo con 45
materias, de las cuales una está vinculada al ciberperiodismo (80 horas, sobre
2200 del total). La materia se denomina Periodismo en Internet, se ubica en el
tercer año, es obligatoria y presencial, y sus contenidos son 50 y 50%
teórico-prácticos.
La Universidad de Montevideo tiene una carrera de Periodismo con 15
materias y dos vinculadas al ciberperiodismo: Narrativa online, que se dicta en
el sexto semestre, es obligatoria y sus contenidos se distribuyen por partes
iguales entre teoría y práctica. A su vez, Diseño, en el quinto semestre, tiene
una concepción de producción online y está dedicada en un 20% a proporcionar
teoría y 80% formación práctica. Es una materia optativa.
La Universidad ORT Uruguay, tiene una carrera de
Comunicación Periodística con 46 materias que data de un plan de 2009, entre
las cuales hay 3 vinculadas al ciberperiodismo, con 144 horas sobre un total de
3.528 horas de la carrera: Nuevas tecnologías, va en el quinto semestre, es
obligatoria y proporciona un 60% de contenidos teóricos y 40% de formación
práctica. Gestión de la comunicación online se ubica en el sexto semestre, es
electiva y proporciona 30% de contenidos teóricos y 70% de formación práctica.
Redacción de Blogs va en el 3º semestre, es electiva y 100% práctica.
Como puede advertirse, la presencia del ciberperiodismo en las carreras
de periodismo de las universidades uruguayas es apenas incipiente y no llega a
dar cuenta (por la propia desconexión de los cursos dentro de cada carrera y
por la predominancia de las competencias prácticas sobre la teoría) de las
complejidades que reclama la acumulación teórica.
1 En esta observación (que se
desarrolló entre marzo y junio de 2013) participó un equipo de trabajo
integrado por los estudiantes del 5º semestre de Periodismo: Sofía Drago,
Martín Fernández, Santiago Pereira, Bernardo Wolloch y el Lic. Tomer Urwicz.
Para decirlo con palabras de Said(2010: 41), ni en Colombia, ni en Chile ni en Uruguay, parecen existir “señales
de reconocimiento de la complejidad conceptual que encierra el ciberperiodismo”.
3. El desacople teórico-práctico contribuye a construir una realidad
distorsionada
Verón escribía en 1987 que el término “mediatización”
había “saltado de los ámbitos académicos” hacia los medios que comenzaron a “utilizarlo
frecuentemente para hablar de sí mismos”. Desde la perspectiva actual debe
precisarse que el concepto saltó a los medios pero no desde los medios
académicos, sino desde la teoría, ya que si bien se lo ha utilizado en algunos
programas académicos, la noción todavía no está incorporada fehacientemente al
acervo de las prácticas del campo, por las razones en las que se viene
insistiendo a lo largo de este artículo.
Según el autor, también podía deducirse que “el
término se ha incorporado ya a la vieja familia de los ‘operadores semánticos’,
destinados, en el discurso de los medios a generar un sentimiento de
comprensión de las situaciones a las que se aplican (cf. Verón, 1969) ‘imperialismo’, ‘colonialismo’, ayer; ‘mediatización’,
‘globalización’, hoy; ‘crisis’, siempre” (ibídem,
1987).
Sin embargo, parecería que la operación que condujo
el término a los medios no se realizó en forma consciente. Con frecuencia, la
comprensión de los procesos globales resulta alterada por la inadecuada
percepción que tiende a homogeneizar sus manifestaciones, igualándolos en sus
efectos en todas las realidades, como si sus consecuencias fueran similares y
pudieran homologarse con prescindencia de factores conexos y que a menudo
relativizan o atenúan, cuando no distorsionan, los efectos de los fenómenos
innovadores.
No sería la primera vez que adoptamos respuestas
para problemas cuyas preguntas no han sido formuladas, una típica cuestión de
corte epistemológico que constituye una rémora del atraso y que a su vez opera
en forma reproductora de esas condiciones. Quizá la crisis del campo
comunicacional a que se refieren los análisis aquí considerados, también se
manifieste en los países desarrollados, pero la realidad de los países
iberoamericanos no debería asimilarse ligeramente con las de sociedades que,
por sus propios méritos, crean y desarrollan las tecnologías que revolucionan
las formas de producir bienes y servicios. Quien innova, cuenta (así ha sido
históricamente) con algo más que tiempo a su favor; cuenta nada menos que con
la capacidad de comprensión social de aquello que surgió de su seno.
Las redes reticulares y el ciberperiodismo
surgieron y se propagaran en sociedades en que el conjunto de los operadores
sociales (la academia entre ellos) se fue organizando simultáneamente en forma
digital. Ese acompasamiento generalizado contribuye a la comprensión colectiva
de un modo que puede suplir o amortiguar (si es que existieran) eventuales
retrasos en la divulgación académica. El atraso de nuestros países, que por lo
general acceden a las tecnologías de punta con retrasos y ritmos propios de la
escasez de recursos (por algo somos históricamente tomadores de conocimiento,
tecnologías, precios) se manifiesta, entre otras cosas, por las desigualdades y
asimetrías de su propio desarrollo interno.
En definitiva, probablemente se hable y se mencione exageradamente el término mediatización, pero ello no parece tener demasiada
relación, no al menos una directa, con que se lo comprenda cabalmente. Quizá
sea de utilidad recurrir a algunos ejemplos.
3.1. La academia, los públicos,
las audiencias interactivas. Realidades desiguales
Como en general lo obvio resulta complejo de registrar, si la academia no incorpora en sus prácticas las nociones que la
teoría describió en la década de 1980 y 1990, parece lógico suponer que el
público, e incluso sus segmentos dinámicos, puedan quedar bajo la hegemonía de
nociones que datan de los comienzos de la teoría de la comunicación, en las
primeras décadas del siglo XX. Sin embargo, esos mismos públicos, en tanto
usuarios, y pese al lastre de “pensar” con nociones obsoletas, acometen con
espontánea elasticidad el uso de los nuevos dispositivos y asumen con
naturalidad sus consecuencias sociotécnicas. Es decir, que modifican
simultáneamente sus usos y sus propios comportamientos a partir de esos usos.
Algunos
segmentos de usuarios (se piensa en los jóvenes pero no son sólo ellos,
aun cuando sean principalmente ellos) se encuentran en
el presente, en lo relativo a usos de los dispositivos tecnológicos.
Esas
audiencias dinámicas e interactivas (generadoras de circuitos y
comunidades
virtuales, que consumen los medios e interactúan con estos desde las
redes
sociales) se encuentran desde el punto de vista de sus prácticas, en
2013.
Los viejos medios tradicionales, ya inevitablemente contaminados por la
cibercultura y los nuevos medios surgidos en la lógica de las redes
reticulares, son utilizados por estas con naturalidad y eficiencia. Dichas
prácticas, con sus modificaciones actitudinales, incluyen a los propios
profesionales de la comunicación, quienes aun sin recibir formación específica,
deben adaptarse intuitivamente a las nuevas condiciones y responder a los
requerimientos de los públicos ya transformados en generadores de información.
Pero esos mismos usuarios no tienen por qué advertir la incongruencia de
utilizar dispositivos digitales e interactuar en redes sociales que operan la
reticularidad descentralizada, al tiempo que razonan en términos de medios con
capacidad de manipulación de audiencias indefensas.
Creo haber puesto de manifiesto estos desniveles cognitivos en mi
artículo “La mediatización insuficiente es funcional al atraso”
(2009), donde procuré relevar ejemplos en los cuales la producción
periodística
incurre en inconsecuencias propias de la falta de comprensión de
nociones que
el campo comunicacional ha definido, pero a las cuales la academia no
ha
otorgado la difusión adecuada. En consecuencia, la sociedad no se las
apropia,
estableciéndose un déficit en el plano de la mediatización que no puede
manifestarse sino como desarreglos de la circulación normal de la
información.
3.2. La mediatización
insuficiente es funcional al atraso
Los medios del viejo ecosistema atraviesan (desde hace por lo menos dos décadas) un escenario problemático. Uno de los equívocos radica en reducir la crisis a un modelo de negocios como si no fuera constitutiva del modelo informativo. Pero lo es y afecta al formato (monologal, estructuralmente vertical, autoritario y cerrado) en que se ha producido, distribuido y consumido la información desde el surgimiento de la sociedad industrial.
En 2009, a partir de una pregunta de la revista
argentina LIS (Letra, Imagen, Sonido)
sobre la situación y perspectivas de los medios uruguayos en el horizonte de la
década siguiente (2019), escribí que los medios (no uno sino el conjunto de
ellos) incurren con relativa habitualidad en la subestimación u omisión de
historias que entrañan cierta relevancia, y al mismo tiempo sobreestiman y
sobreexponen asuntos de enorme banalidad.
No es que exista un plan perverso de ocultamiento y
desinformación (digámoslo para quienes pretendan ver ratificadas sus
presunciones de atribución de propósitos de manipulación mediática) sino que,
por diversas razones, en ocasiones, un tema relevante no se serializa
adecuadamente. Un modelo posible de este tipo de problema podría ser el
escándalo Lance Armstrong. Toda la afición al ciclismo sabía o al menos
sospechaba la presencia del doping,
pero el periodismo deportivo “tabuizaba” el tema; era de lo que no se hablaba.
Cuando estalló el escándalo, sólo podía escandalizar a los propios medios.
Cuando el público sabe más que lo que los medios le informan se dan situaciones
mediáticamente insostenibles por las cuales el ecosistema paga costos altos que
a menudo los propios medios no perciben.
La pregunta sería: ¿Por qué desciende lo relevante
y se incrementa la banalidad? Y la respuesta resulta bastante obvia. En
términos de costos, puede parecer más fácil, y por tanto más económico, que los
públicos masivos compren un discurso con escasa exigencia, que demanda poca
información previa, que a la inversa. Así parecen afrontar la crisis muchos de
los medios del viejo ecosistema; con cambios mínimos y vendiendo banalidad. Mi
pronóstico para la década siguiente no era el más positivo, pero no es lo que
aquí importa.
Simultáneamente, importantes medios de referencia (no ya uruguayos, sino globales) incurrían en graves
inconsecuencias y errores que también evidenciaban dificultades del ecosistema,
ya que desde el caso Jayson Blair al escándalo de escándalos de News of the World, de Rupert Murdoch, no podían cargarse ligeramente a
negligencias o inoperancia de sus
editores y/o periodistas.
Incluso debe señalarse que los escándalos
mencionados, todos ocurridos en medios occidentales, y por tanto en “sociedades
abiertas”, resultan incomparablemente menos significativos que el escándalo
perpetuo de los sistemas mediáticos de las “sociedades cerradas”, con
pensamiento hegemónico o directamente totalitario. Es el caso de Cuba o Corea
del Norte, donde los escasísimos medios responden a decisiones burocráticas del
gobernante de turno, o Rusia, China o Irán, donde los medios se encuentran bajo
tutela. En varios países hispanoamericanos, los medios se encuentran en
situaciones altamente inestables, bajo fuertes presiones cuando no aceptan
someterse a poderes que los interpelan en términos de aquellas nociones
perimidas que la academia no ha dado colectivamente por obsoletas.
Pese a sus diferencias, todas estas realidades (ya
sean las de sociedades abiertas como las de sociedades cerradas) resultan de un
mismo denominador común que unifica a todos los sistemas de medios surgidos en
la era industrial. Los ha puesto en jaque el nuevo ecosistema basado en
redes reticulares. Con ese adversario invisible no pudo Murdoch con sus
prácticas de espionaje de su propio lectorado que lo llevó al cierre abrupto de
un medio con más de siete millones de compradores, ni tampoco el régimen de los
hermanos Castro, que le temió durante una década a una pequeña y frágil
bloguera a la que no ha tenido otro remedio que metabolizar.
Todas estas cuestiones, inexplicadas, y por tanto no comprendidas
colectivamente, tienden a conformar el ruido que habitualmente se decodifica
con la paradoja de la desinformación en medio de la sobreinformación. Esta
situación la ha señalado con claridad Bolz (2006: 92-93):
“Nuestros grandes problemas no resultan de una
falta de conocimiento, sino de orientación. No somos ignorantes, estamos
confundidos, pero esto se tapa con el entusiasmo de la ‘era de la información’
y sus hechos. Bajo la presión de las nuevas tecnologías, nos inclinamos a
interpretar todos los problemas como problemas de desconocimiento. Sin embargo,
las cuestiones de sentido y los problemas de orientación no se resuelven con
informaciones”.
No obstante, en términos periodísticos, la teoría consolidada indica que
la repetición de los temas (lo que se conoce como “redundancia mediática” en el
ecosistema industrial) “un día y otro día es el más potente de todos los
mensajes para que nos quede clara su importancia”. Énfasis u omisiones del
conjunto de los medios, hacen que la agenda periodística “se vuelva en gran
medida, la agenda pública” (McCombs, 2006: 25). En buen romance, aquellos sobre
lo cual los medios (el conjunto de ellos, diarios, radio, televisión) insisten,
se transforma en agenda pública. Aquello sobre lo cual no se abunda, se pierde
en el olvido.
“No es que la sociedad sea cada vez más compleja”, dice Judith
Schlanger, “es el saber que tenemos sobre el mundo el que al aumentar permite
descubrir, de manera ciertamente paradójica, su complejidad. Esto es y será
verdadero en todas las épocas” (ápud
Charaudeau, 2003: 40). Pero cuando lo que prevalece no es la mirada compleja, y
falta la interrogación pertinente, los actores sociales (políticos,
empresariales, sindicales y culturales) andan a su aire, sin rendir cuentas.
Puede pasar de todo sin que se releve, ni se lo articule. A una sociedad así le
pasan cosas, pero no aprende; tropieza con los obstáculos, pero no elabora. En
consecuencia, sus medios se empobrecen (no sólo económicamente) y juegan un
papel cada día más débil (Mazzone, 2009).
Ese
descenso discursivo diluye no sólo la mediatización, sino también la
calidad de la vida democrática y de las instituciones, y cabe
la pregunta acerca de si ocurriría lo mismo con una academia que no
permaneciera como espectadora no participante. Digamos de paso que
analizar los
problemas del periodismo, en términos de redundancia dentro del
ecosistema
industrial, es también una metodología que va quedando desactualizada,
en la
medida en que el nuevo ecosistema tiende (como veremos) a la
desmasificación y
la fragmentación. En las nuevas condiciones no resultará de mucha
utilidad
seguir pensando en términos de mediaciones y audiencias masivas.
Señala Castells (2012: 23): “Para la sociedad en sentido amplio, la
principal fuente de producción social de significado es el proceso de
comunicación socializada (o sea) aquella que existe en el ámbito público más
allá de la comunicación interpersonal”. Es por tanto un tema que se abre
para la academia, el de la investigación y análisis de la agenda mediática y pública, en el marco de las nuevas audiencias en movimiento, con capacidad de generación de información.
3.3. El
tipo de problema que la academia debería explicar
Cuando Scolari y Castells sugieren ir más allá de
las pantallas a observar las transformaciones y los fenómenos sociales,
producidos a partir de las hipermediaciones y la autocomunicación de masas, se
advierte que nos encontramos en sociedades (también las iberoamericanas, o al
menos sus segmentos más activos) que están en condiciones de comprender los
nuevos fenómenos de la comunicación, dado que se encuentran inmersos en ellos,
los protagonizan.
La academia no debería eludir la explicación (no
porque no sea complejo, sino porque lo es) acerca de qué ocurre cuando el flujo
normal de la comunicación se interrumpe o distorsiona, por acción u omisión de
uno o varios agentes del ecosistema de medios. Explicar, divulgar, equivale a
incluir razonablemente en los planes y programas de enseñanza (desde el enfoque
de las carreras de comunicación) las nociones teóricas fundamentales que
conducen a construir sentido en los procesos comunicacionales contemporáneos.
Si a la ciudadanía le resulta sencillo advertir que un corte generalizado del agua o de la energía eléctrica
o del transporte en una ciudad resulta altamente perjudicial para el
funcionamiento colectivo, es porque puede sentir, en forma directa y tangible,
la ausencia del flujo que nutre los circuitos que aseguran la normalidad en
cualquiera de esos campos. La pregunta es por qué no se registra del mismo modo
(natural y espontáneo) los altibajos, las interrupciones y disrupciones en el
suministro de la información.
Se dirá que no se puede comparar la simplicidad de la comprobación (directa, tangible) en los campos mencionados,
con la complejidad del flujo informativo (abstracto) en el campo
comunicacional. Sin embargo, lo que no es de recibo argumentar es que el acceso
a la información de calidad no asume (en la sociedad actual) la importancia
crucial del suministro normal de agua, energía o transporte.
Admitida la importancia del flujo informativo para la vida social, el verdadero problema se ubica entonces, en el plano de cómo proveer explicaciones complejas. Pero acaso explicar la comunicación no puede ser más abstruso que explicar las razones de una interrupción en el flujo energético. Quizá este sea uno de los desafíos a tomar por parte de los teóricos de la comunicación y el sistema académico: terminar de instalar, en la práctica concreta de todos los días, la comprensión de los problemas cuya interferencia modifica, a veces imperceptiblemente, la vida de cada uno de nosotros.
4. Hacia la desmasificación y fragmentación.
Dos efectos del nuevo ecosistema
Mientras las mediaciones jugaban en entornos definidos por las fronteras nacionales, en un ecosistema de medios surgido con la sociedad industrial, el nuevo y descentralizado ecosistema mediático de las redes reticulares no tiene otro límite que sus propios nodos en un escenario que tiende a ser global.
En la nueva trama de las hipermediaciones, Scolari (2008) señala que el
usuario, hasta por el sólo hecho de navegar y establecer contactos con una gran
diversidad diaria de páginas web, mueve las agujas del page rank y por tanto jerarquiza, aun inconscientemente, unos
hipertextos frente a otros. El desafío que tiene por delante el campo
comunicacional es determinar de qué forma se actualiza para abordar estos
nuevos tiempos en que prevalecerán la desmasificación y la fragmentación,
cuando todavía existen resistencias deterministas que pretenden remitir las
prácticas académicas a las nociones de la masividad y la homogeneidad de textos
ordenados según la secuencialidad.
Mata (2005) ha atribuido la permanencia de “visiones instrumentales y
deterministas que impiden una cabal comprensión de los procesos de producción
de la cultura contemporánea” al “débil trabajo conceptual y metodológico” que
ha desestimado las “renovaciones teóricas de trascendencia producidas en las
últimas dos décadas del siglo pasado”. El problema para el campo comunicacional
reside entonces en cómo pasar de la hegemonía de las visiones instrumentales y
deterministas al análisis de “la trama de reenvíos, hibridaciones y
contaminaciones que la tecnología digital [introduce en] configuraciones que
van más allá -por encima- de los medios tradicionales” (Scolari, 2008: 114).
4.1. De las mediaciones a las
hipermediaciones y a las transformaciones sociales
El problema sigue siendo el desfase entre la acumulación teórica y los programas académicos, que revela una distancia
distorsionante entre las definiciones teóricas y las formas de resolver los
problemas que demanda la práctica académica. Si este es el punto que detiene y
retrasa el desarrollo del campo, pues deben determinarse los mecanismos que
fallan e impiden cumplir con “la misión de nuestras instituciones [que]
consistiría en formar personas que sepan cómo manejarse en esta
supercomplejidad, actuando propositivamente en ambientes que se modifican
permanentemente” (Coiçaud, 2008: 30).
Tan real es la alusión que nuestros futuros profesionales deben adaptarse de manera constante “en ambientes que se
modifican permanentemente”, que ya es insuficiente postular la necesidad de
pensar en términos de mediaciones, ante el nuevo giro que nos instala en el
ambiente de las hipermediaciones.
¿Qué diferencia a las hipermediaciones de las mediaciones?
“La tecnología digital ha potenciado y evidenciado algo que antes existía solo en teoría: la textualidad
entendida como red (Bajtín, 1982, 1986; Kristeva, 1978). Por lo que respecta a
los receptores, del consumo activo, rebelde y contrahegemónico de las
mediaciones entramos en otra dimensión donde el usuario colabora en la producción
textual, la creación de enlaces y la jerarquización de la información”
(Scolari, 2008: 114).
No debe
caerse en el error de trazar una línea divisoria entre las mediaciones y las hipermediaciones,
sino por el contrario, se debe ubicarlas en la misma serie histórica de lo
comunicacional:
“Las hipermediaciones no niegan a las mediaciones,
sólo miran los procesos comunicacionales desde una perspectiva diferente y los
ponen en discurso desde otra perspectiva. Si el estudio de las mediaciones
proponía analizar las articulaciones entre las prácticas de comunicación y los
movimientos sociales, las investigaciones de las hipermediaciones deberían
salir de la pantalla para analizar las transformaciones sociales que el
desarrollo de nuevas formas de comunicación está generando” (ibídem: 117).
Por su parte, Castells (2009: 44) trabaja con la hipótesis de que “las configuraciones relativamente estables construidas en las
intersecciones de estas redes pueden constituir los límites que podrían
redefinir una nueva ‘sociedad’, teniendo en cuenta que dichos límites son
altamente volátiles por el cambio constante de la geometría de las redes
globales que estructuran las prácticas y organizaciones sociales”.
La teoría induce a pensar en términos de escenarios dinámicos, de configuraciones volátiles, de cambio ininterrumpido hacia la
conformación de un nuevo tipo de sociedad de la que, por el momento, sólo
sabemos que será una “sociedad-red”. Pero de la que debemos suponer que nos
exigirá mayor flexibilidad y capacidad de adaptación que la exhibida, si
pretendemos ubicarnos a la altura de las demandas que presumiblemente
interpelarán a la academia en el futuro próximo.
4.2. El comienzo de una
adaptación posible. Releer, reconsiderar, ¿relanzar?
La propuesta de Mata (2005) en la cual coinciden Mellado y otros (2007),
consiste en releer “la producción conceptual y empírica contenida en las
investigaciones que se realizan en el campo de estudios de la comunicación”,
para determinar en qué series se insertan:
“Si en las series que analizan los procesos de
individuación sistemática iniciadas a partir de la lectura silenciosa y de
apropiación individual del objeto libro [o en las] series construidas a partir de
interrogaciones en torno a las limitaciones que una determinada moralidad debía
y debe fijar para la difusión de contenidos [...] Sin un ejercicio de esta
naturaleza, los avances que se realizan desde diversas zonas de los estudios de
comunicación, correrán siempre el riesgo de soslayar [...] la acumulación de
evidencia conceptual y empírica y seguiremos resignándonos a reproducir un
escenario en el cual la yuxtaposición no acumula, la igualación debilita, la
creatividad y el riesgo de pensar son cubiertos por la monocorde declinación de
tópicos autolegitimadores” (Mata, 2005: 20).
En las múltiples operaciones intermedias que las universidades realizan para adaptar su oferta a las demandas sociales, se
registra un débil “trabajo conceptual y metodológico” que resigna posibilidades
de aquilatar la acumulación teórica ante la fuerza inercial que desconoce los
hallazgos empíricos y su procesamiento ordenado.
Si la academia ocupa el plano simbólico del conocimiento y, por tanto,
el que la sociedad legitima para construir sentido en los procesos sociales,
parece de toda lógica presuponer que, a la inversa, si esa capacidad no se
ejerce (y los hechos irrumpen sin que se establezcan vínculos cognitivos
eficaces) las incomprensiones se transfieren multiplicadas al conjunto social.
De
modo que cabe interrogarse acerca de las razones por las cuales si la
teoría no vaciló en señalar que el cambio es ontológico,
si las prácticas académicas (y aun las declaraciones y reflexiones de
no pocos
académicos) parecen dejar abierto un espacio para dudar de las
evidencias y de
hecho creer en la posibilidad de resolver la coyuntura con la
incorporación de
materias técnicas aisladas.
4.3. Teorizar es problematizar,
confrontar
Lo que se ha modificado radicalmente es el escenario que permitía
ejercer el periodismo con las formas en que nació durante la revolución
industrial del siglo XIX y que hizo de la sociedad industrial la primera sociedad
mediática. A lo largo de estos casi dos siglos, los medios y el ecosistema se
modificaron en forma constante, con tal intensidad que incluso condujeron a la
sociedad post-industrial, a la que se define en vías de mediatización o
mediatizada, es decir, que cambia precisamente por la existencia de medios.
Si el ecosistema se diversificó (a los diarios se agregaron la radio, la televisión, el cine y finalmente el gran metamedio de
Internet) con cambios que lo complejizaron, ninguno de ellos tuvo la dimensión
ontológica del arribo de las redes reticulares, que terminó por decretar el fin
de la forma industrial de producir bienes y servicios, y también información.
Así comienza el más reciente capítulo de la mediatización.
Estas definiciones todavía no han sido admitidas, de hecho, por el grueso de las carreras de periodismo de la región, que suelen
ubicar al ciberperiodismo como una asignatura, no sólo retrasando y
dificultando la aproximación a la teoría, sino limitando la percepción
colectiva, al prolongar la vigencia de categorías que ya no están en
condiciones de expresar ni comprender los nuevos fenómenos.
A partir de los cambios introducidos por la reticularidad de las redes, y sobre todo con las profundas modificaciones que
pusieron a las audiencias en movimiento, emergieron las redes sociales que
transformaron el relacionamiento entre los medios y sus audiencias, así como el
vínculo de los ciudadanos con la política. Comprender estos cambios, entender a
qué se deben y cómo operarlos (al servicio de mejores condiciones en la
circulación de la comunicación) es uno de los grandes temas de la mediatización
y, por tanto, de la academia y de los programas de formación de nuevos
profesionales.
5. Conclusiones. De espectadores a protagonistas
Hace más de una década que se detectó una desarticulación teórico-práctica en el campo comunicacional, que relega a las Escuelas de Periodismo a ser espectadoras de los grandes cambios en curso. Sucesivos análisis no dejaron de subrayar el desajuste sin lograr revertirlo, ni instalar el debate en torno a posibles estrategias para afrontarlo. Simultáneamente, el marco académico registró, sobre el final del siglo XX, “el surgimiento de un sistema distribuido de producción de conocimiento” y cuya modificación más profunda, según Gibbons (1998), consiste en que la producción y divulgación del conocimiento (la investigación y la enseñanza) ya no son actividades autónomas, que se llevan a cabo en instituciones relativamente aisladas.
La década de 1980 parece marcar un punto de inflexión con un giro epistemológico que el campo no ha
metabolizado satisfactoriamente y se manifiesta en las dificultades para
superar la mirada sobre los medios, para pasar a la comprensión de las
mediaciones y las complejidades de la mediatización. Esa transición incompleta
abrió una brecha cognitiva que el campo comunicacional expresa por ausencia de
las nuevas nociones en los objetos de estudio (escogidos para investigar) y en
los planes de estudio y programas académicos, que inevitablemente se amplifica
en su proyección social. En los debates indirectos y sesgados (que refieren a
los medios y a las mediaciones y que vehiculizan los propios medios)
reaparecen, más o menos explícitas, percepciones que aluden a amenazas
mediáticas en su presunta capacidad para manipular audiencias masivas.
En el uso acelerado y creciente de los nuevos
dispositivos digitales (desde los cuales esas mismas audiencias interactúan con
medios que no saben qué hacer con esas capacidades interactivas) destaca la
escasa inverosimilitud de ese discurso. Esta incomunicación de la comunicación
distorsiona la divulgación académica de nociones básicas que permitirían
explicar la complejidad mediática y acompasar la percepción colectiva con la
espontaneidad sociotécnica de audiencias, que se incorporan en forma creciente
a la generación informativa.
Revertir el desacople entre la producción del
conocimiento y su divulgación en el campo comunicacional requerirá que los
respectivos subcampos (también el periodismo) dejen de proyectarse aisladamente
y se adapten a la construcción teórica transdisciplinaria. Mientras el campo
sigue anclado en el intento de metabolizar acumulaciones de hace décadas, los
nuevos procesos mediáticos continúan introduciendo desafíos. Sin haber
terminado de integrar conceptos como el de las mediaciones, la academia debe
adecuarse a la nueva realidad de las hipermediaciones con sus efectos de
desmasificación y fragmentación.
No alcanza con centrar la enseñanza universitaria en el funcionamiento de las herramientas multimedia,
sino inducir a la reflexión y a la elaboración conceptual acerca de las nuevas
condiciones en que la información dejó de ser un monólogo para transformarse en
una conversación. Y sobre todo ponerse en situación de superar,
definitivamente, las ya obsoletas nociones de cultura masiva y las maliciosas
percepciones de los medios en términos de manipulación de audiencias que nada
pueden significar en tiempos de desmasificación y fragmentación.
En los noventa, la noción de sociedad mediatizada proveyó “un nuevo principio de comprensión de los procesos
de producción colectiva de sentido en las sociedades postindustriales, una
capacidad comprensiva que anteriores categorías -como las de cultura masiva o
industria cultural- parecían haber perdido” (Mata, 2005: 16).
Retomando la hipótesis principal, y sin dejar de considerar que la producción de conocimiento ingresó en una nueva fase de
acumulación transdisciplinaria que demanda nuevas complejidades metodológicas,
puede concluirse que será el debate más abierto y frontal uno de los recursos
principales hacia el recorte de la brecha entre la acumulación teórica y su
divulgación.
Fuentes consultadas
Bolz, N. (2006). Comunicación
mundial. Buenos Aires: Katz.
Castells, M.
_(2012). Redes de indignación
y esperanza. Los movimientos sociales en la era de Internet. Madrid:
Alianza.
_(2009). Comunicación y poder. Madrid: Alianza.
Charaudeau, P. (2003). El
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