El relato como arma: las problemáticas conceptuales de la posverdad en el siglo XXI

The narrative as a weapon: The conceptual challenges of post-truth in the 21st century

                                                                                                                          

 

Alejandro Gabriel Lagos

Correspondencia: alagoscoordinadoroperativo@gmail.com

https://orcid.org/0000-0001-8724-5016

Universidad de La Frontera, Universidad Austral de Chile.

 

Christian Berríos Marambio

christianberriosm@gmail.com

https://orcid.org/0009-0005-3398-8953

Universidad de Chile.

 

Recibido: 18/03/2025

Aceptado: 06/05/2025

 

DOI: https://doi.org/10.24265/cian.2025.n21.05

 

Para citar este artículo:                                                                                  

Lagos, A. G., & Berríos, C. (2025). El relato como arma: las problemáticas conceptuales de la posverdad en el siglo XXI. Correspondencias & Análisis, (21), 137-167. https://doi.org/10.24265/cian.2025.n21.05

 

Resumen

El presente artículo tiene como objetivo indagar el fenómeno de la posverdad en la época contemporánea, tomando como referencia los casos del plebiscito colombiano de 2016 (Plebiscito por la paz) y el proceso constituyente chileno de 2022 (Convención Constitucional). Se parte de la premisa de que en ambos plebiscitos fueron desplegados un conjunto de relatos inestables a nivel argumental con fines políticos específicos, en un contexto de polarización de las posiciones en clave de posverdad, entendiendo a esta última, como la exacerbación de argumentaciones con una centralidad afectivo-comunicacional. Se utilizó una metodología teórico-analítica de estudio de contenido a discursos públicos, entrevistas y narrativas mediatizadas que circularon en dichos contextos. Se puede concluir que los procesos de 2016 en Colombia y 2022 en Chile, tienen condiciones de posibilidad específicas en el marco del despliegue de la posverdad, las cuales van desde las estrategias de enemización y las características del actual modo de producción, pasando por los avances tecnocientíficos, e inclusive, las nuevas formas de comprensión y ejercicio del conflicto bélico. Sin embargo, se concluye, también, que solo desde una estrategia interdisciplinaria, esta clase de fenómenos pueden ser comprendidos y estabilizados tanto en el plano conceptual, como en el categorial.

Palabras clave: Comunicación política, desinformación, enemización, posverdad, dispositivos tecno-comunicacionales

Abstract

This article explores the post-truth phenomenon in contemporary times, referencing cases of the 2016 Colombian plebiscite (Peace Plebiscite) and the 2022 Chilean constituent process (Constitutional Convention). It is based on the premise that these articulations were deployed for specific political purposes, in a context marked by the exaltation of narratives and stances shaped by post-truth dynamics. The latter is understood as the exacerbation of arguments with an affective-communicational centrality. A theoretical-analytical methodology focuses on content analysis of public discourses, interviews, and mediated narratives circulated in both contexts. It is concluded that the events of 2016 in Colombia and 2022 in Chile are conditioned by specific post-truth dynamics, ranging from enemy-making strategies and the characteristics of the current mode of production to technoscientific advancements and new forms of understanding and conducting warfare. However, it is also concluded that these phenomena can be conceptually and categorically understood and stabilized only through an interdisciplinary strategy.

Keywords: Political communication, disinformation, enemy-construction, posttruth, techno-communicational devices

 

Introducción

La posverdad como fenómeno adquirió relevancia importante desde 2016, debido a procesos políticos como el referéndum del Brexit y las elecciones estadounidenses de ese mismo año. En ese marco, la posverdad se ha instalado como un objeto de estudio relevante respecto al despliegue de piezas de desinformación, estrategias afectivo-comunicacionales y la aplicación de estrategias de enemización comunicacional. Todo ello, enmarcado en lo que conceptualmente presentó el escritor serbio-estadounidense Steve Tesich a inicios de los años noventa en su columna «A Government of Lies» (1992). Para el autor, la posverdad se define como un mecanismo comunicacional basado en estrategias afectivas desplegadas por administraciones gubernamentales en contextos de crisis, sostenido por acuerdos tácitos entre el poder político y una ciudadanía predispuesta a aceptar narrativas emocionales por explicaciones racionales.

En ese marco, el presente artículo tiene como objetivo desarrollar conceptualmente lo que se entiende por posverdad, identificando su origen y las formas que ha adoptado a lo largo del tiempo, así como por los avances tecnológicos traducidos en nuevos dispositivos tecno-comunicacionales. Los cambios de organización de la empresa capitalista, traducidos en lo que Deleuze (2009) define como el paso de la sociedad disciplinaria a la sociedad de control; y las nuevas formas de valorización de los afectos y los cuerpos, traducido en lo que Andrea Fumagalli (2010) define como «Bioeconomía y capitalismo cognitivo».

En primera instancia, el artículo presenta los orígenes y las discusiones respecto a la definición de posverdad a través de las definiciones de Steve Tesich (1992), Saul Newman (2019), Maximilian Conrad (Newman & Conrad, 2024), Ari-Elmeri Hyvönen (2018) y Lee McIntyre (2021), con el objetivo de estabilizar una definición que se adecúe a las características del modo de producción capitalista contemporáneo y al desarrollo actual de los dispositivos tecno-comunicacionales.

En un segundo momento, se aborda el despliegue del régimen de posverdad en el caso del plebiscito colombiano por la paz en 2016 y el plebiscito constitucional chileno en 2022. El caso colombiano se analiza a través de la revisión de entrevistas dadas por expertos y al jefe de campaña de la opción «No» del plebiscito, Luis Carlos Vélez. En ese proceso se evidencia una difusión acelerada y amplificada de discursos orientados a la construcción de un enemigo bajo características predominantemente afectivo-emocionales (González, 2017). Esta forma de construcción mediática del enemigo es planteada por Carlos del Valle, en la presentación de distintas estrategias de enemización a lo largo de la historia moderna tomando como ejemplo el proceso colonizador chileno, en sus trabajos La construcción mediática del enemigo (2021) y Economía política del enemigo (2024). Ambos estudios presentan una aproximación a las estrategias de enemización a escala regional y global que permiten comprender las condiciones para el despliegue de la posverdad. Este desarrollo abre el segundo caso de análisis: el plebiscito constitucional chileno de 2022, proceso que grafica la manera en que la posverdad opera estratégicamente en la manipulación de la opinión pública, a través de la revisión de entrevistas e investigaciones que abordan el proceso político chileno de 2022.

El desarrollo conceptual de la posverdad, enmarcada en estos casos de alta connotación pública, obliga a los autores a integrar elementos teóricos clave para la estabilización del concepto de posverdad y su relación con el modo de producción contemporáneo, a través de las elaboraciones de Deleuze (2009), con respecto al paso de la sociedad disciplinaria a la sociedad de control; y la elaboración de Fumagalli (2010), donde el desarrollo de la bioeconomía y del capitalismo cognitivo abren las condiciones para un despliegue del régimen de posverdad, principalmente por la aparición de nuevas formas de valorización del capital –en torno a la generación de valor en los afectos, emociones y bienes inmateriales– y de los procesos de subjetivación de la población, el cambio en las formas de subjetivación disciplinarias a modulares, el cambio de organización en la fábrica, los procesos de control, entre otras (Deleuze, 1999).

Sin embargo, la imposición de ciertos relatos de carácter afectivo en la construcción de la noción de amenaza política no sería posibles sin un contexto global marcado por conflictos de fuerza. En ese sentido, se aborda la articulación entre el fenómeno de la posverdad y las formas contemporáneas de guerra, a partir de los aportes de Lazzarato (2022) y la doctrina militar formulada por Valeri Gerasimov (Colom-Piella, 2018; Gerasimov, 2016). Lazzarato (2022) afirma que el capitalismo contemporáneo funciona como una máquina «Estado-capital» que recurre de forma estructural a la guerra –militar, económica, semiótica o afectiva– para resolver sus crisis internas y reproducirse. En este marco, las instituciones de poder –lejos de ser garantes de estabilidad democrática– se constituyen como dispositivos estratégicos que producen división, sometimiento y control a través del conflicto.

Complementariamente, la noción de «guerra híbrida» desarrollada por el militar estratega ruso Valeri Gerasimov (Colom-Piella, 2018; Gerasimov, 2016) permite entender cómo los conflictos actuales incorporan tácticas comunicacionales orientadas a manipular percepciones, desinformar y polarizar a la opinión pública, desplazando el enfrentamiento militar directo hacia el dominio informacional.

Estas estrategias encuentran su expresión más eficaz bajo el régimen de posverdad, entendido como un modo de organización del discurso político en el que los hechos objetivos ceden ante narrativas emocionales, segmentadas y polarizantes.

Así, la posverdad no solo opera como un estilo discursivo, sino como una tecnología de poder que estructura la disputa política contemporánea. Tales fueron los casos del plebiscito por la paz en Colombia (2016) y el plebiscito constitucional en Chile (2022), donde en ambos procesos políticos, la centralidad afectivo-comunicacional jugó un rol decisivo en los resultados, activando miedos, distorsiones ideológicas y relatos beligerantes que condicionaron el ejercicio democrático.

Posverdad: origen de un concepto

El año 2016 fue un momento álgido para la política demoliberal, debido principalmente a la irrupción masiva de una estrategia innovadora en el plano del posicionamiento de ideas y perspectivas políticas en amplios sectores de la población. El referéndum sobre la pertenencia del Reino Unido a la Unión Europea (Brexit), el plebiscito sobre los acuerdos de paz de Colombia y las elecciones presidenciales estadounidenses que enfrentaron al outsider Donald Trump con Hillary Clinton, dejaron entrever un fenómeno tecno-comunicacional múltiple en el que ciertas premisas en el plano político tradicional quedaron en entredicho.

El fenómeno de la posverdad ha sido abordado en diversos lugares y planos, desde discusiones académicas en el campo de la comunicación hasta en los discursos de diversos sectores políticos. Durante 2016 irrumpió con fuerza en el escenario mediático global, pero ahí no yace su origen. La posverdad como palabra y concepto se remonta a comienzos de la década de los años noventa, cuando el escritor serbioestadounidense Steve Tesich escribió para la revista política The Nation la columna titulada «Government of Lies» (1992) donde sostiene como tesis central que la línea entre verdad y mentira se hizo cada vez más indistinguible cuando la opinión pública estadounidense se vio interpelada por engaños como el Watergate, el Contragate y los relatos caóticos alrededor de la primera guerra del Golfo. En ese marco referencial, Tesich sostiene que la sociedad estadounidense pasó del «síndrome Vietnam» al «síndrome Watergate», al que considera aún más nocivo para el estatuto ciudadano.

Tesich (1992) sostiene que la memoria frágil de la opinión pública estadounidense se debió, en parte, a la técnica y estilo de difusión de las informaciones por parte de las administraciones gubernamentales, las que posicionaron en sus comunicados elementos más próximos a la dimensión afectiva-comunicacional que a la explicación racional de los sucesos.

Es igualmente sustancial develar que Tesich, no considera que este factor opere por sí solo, como si fuese un mensaje unidireccional en clave de manipulación de masas, sino que establece que existe una especie de acuerdo tácito entre las administraciones portadoras de los fracasos militares y escándalos autoritarios e importantes sectores de la población que buscan apegarse a nociones afines a sus perspectivas ideológicas, en un determinado contexto de crisis:

And yet, nothing happened. Nothing happened. The Iran/Contra scandal became the Iran/Contra farce. President Reagan perceived correctly that the public really didn’t want to know the truth[1]. (1992, p. 12)

El concepto que delinea Tesich permite descubrir que el autor no está pensando en clave de dominación, sino más bien de hegemonía, entendiéndola en un sentido gramsciano, que se refiere al equilibrio de la sociedad política con la sociedad civil como bien expresa Antonio Gramsci (2013) en su carta a Tatiana Schucht de 1931, donde estudia la relación de los intelectuales con el Estado:

Ese estudio me lleva también a ciertas determinaciones del concepto de Estado, que generalmente se entiende como sociedad política (o dictadura, o aparato coactivo para configurar la masa popular según el tipo de producción y la economía de un momento dado), y no como un equilibrio de la sociedad política con la sociedad civil (o hegemonía de un grupo social sobre la entera sociedad nacional, ejercida a través de las organizaciones que suelen considerarse privadas, como la Iglesia, los sindicatos, las escuelas, etc.). (Gramsci, 2013, p. 272)

En esta carta, Gramsci establece el centro del rol hegemónico consistente en la capacidad de un grupo social específico de dirigir sobre la entera sociedad nacional; a través de diversos organismos, y a la luz de las décadas de este desarrollo conceptual, es pertinente considerar a los medios de comunicación en esta constelación de la construcción hegemónica.

En torno a la problemática planteada por Tesich (1992), la capacidad de la conducción general de la sociedad se expresa específicamente en las capacidades de las administraciones que pueden recubrir determinadas crisis, apelando a una maquinaria afectivo-comunicacional que permite, parafraseando a Gramsci (2013), la preservación de la «dirección intelectual y moral» (p. 486) de una nación sacudida por el escándalo.

En ese marco, la potencia del concepto de Tesich (1992) es que otorga una definición dinámica al vocablo «posverdad», ya que implícitamente considera que este fenómeno actúa como una técnica comunicacional, pero que además, se comporta como una relación política entre las administraciones y la ciudadanía, la que puede tomar el camino de la crítica como es el caso de Tesich, o puede plegarse a los lineamientos estratégicos de la administración, a través de la validación del recurso afectivo-comunicacional. Lo que está en juego con este movimiento a ojos del autor, es la elección de la ciudadanía estadounidense, la que ha escogido libremente la servidumbre voluntaria como forma de vida.

El ejercicio intelectual de Tesich (1992) en su columna permite descartar la homologación entre «posverdad» y mentira, siendo la posverdad un razonamiento más complejo que apunta a la generación de una relación comunicacional de carácter asimétrico (administraciones y poblaciones) en la que la centralidad del argumento guarda relación con un eje afectivo-comunicacional que no necesariamente recurre a la mentira para su despliegue, siendo esta última, un recurso más de los empleados para su desarrollo.

En ese sentido, la centralidad de la estrategia de posverdad consiste en la expansión de nociones que son esparcidas a través, para y por grupos sociales específicos con fines políticos concretos. En esta línea, el abordaje conceptual realizado por Tesich (1992) encontró diversos ecos a lo largo de las décadas, uno de ellos fue el trabajo Lee McIntyre (2021).

Para el autor la posverdad tiene un rendimiento estrictamente vinculado a fines políticos autoritarios:

I believe that the best way to understand it is that fake news –and false accusations of fake news– are the tactics by which the authoritarian goal of post-truth politics tries to fulfill its purpose[2]. (McIntyre, 2021, p. 113) McIntyre (2021) sostiene que la posverdad, a la que ve como una táctica originada con fines autoritarios, no puede ser entendida como una mentira, debido a que implica en su desarrollo factores de dominación política vinculados a la falsedad, es decir, la mentira nuevamente queda excedida en materia de estabilización categorial en pos del rendimiento político específico.

Este despliegue para McIntyre (2021) es problemático ya que abre el riesgo del comienzo de un ciclo de disputas irresueltas en donde cualquier argumento, por inverosímil que sea, puede posicionarse como una alternativa política y argumental. En ese marco, la idea misma de verdad en este ambiente tomaría un cariz «partisano» (p. 117), afirmando además que en el marco del desarrollo tecno-científico orientado a las comunicaciones, este problema se irá agudizando, favoreciendo con ello el afianzamiento del autoritarismo político:

Audio and video itself may become the next battlefield for post-truth – and the threat of authoritarianism may correspondingly grow[3]. (McIntyre, 2021, p. 122)

En una forma de articulación similar a la de McIntyre (2021), Saul Newman (Newman, 2019; Newman & Conrad, 2024) encara el problema de la posverdad desde la crisis de lo político.

Para Newman (2019) la posverdad opera sobre dos ejes desestabilizadores en el nivel político. El primero es el político demagógico, encarnado por Putin y Trump, como parte de un nuevo paradigma político asociado con populismos nacionalistas y autoritarios que aparecen en los regímenes democráticos, donde figuras como los actuales presidentes de Estados Unidos y Rusia, además de lobbistas, estrategas de campaña, jefes de prensa y trolls de internet son tanto el síntoma como los responsables. El segundo eje es el desprecio al especialista, en ese sentido, este operaría como un mecanismo proveniente del populismo autoritario que busca poder establecer sus planteamientos en la opinión pública contra el establishment.

En la misma línea que McIntyre (2021), Newman (2019) entiende que las tecnologías disruptivas, en especial las vinculadas a las redes sociales, operarían como espacios fértiles para el desarrollo de este caldo de cultivo para el autoritarismo:

There are, no doubt, many factors that give rise to this post-truth condition. One could point to, for instance, the role of ICT and social media in the circulation of ‘alternative facts’ and conspiracy theories, in facilitating the internet echo chambers in which post-truth resonates, and in making it possible for companies and political campaigners to employ sophisticated algorithms to identify target audiences, shape political con stituencies and spread misinformation[4]. (p. 98)

Este fenómeno que, en su conjunto, debilitaría la verdad factual como requerimiento necesario para la vida en sociedad, el autor lo entiende como el surgimiento de un nuevo paradigma político, en donde el líder populista recurre a la posverdad como eje político para la consecución de sus fines. Sin embargo, para Newman (2019) lo profundo de la crisis ocasionada por la instrumentalización de la posverdad con fines políticos estratégicos, al igual que para McIntyre (2021), es la destrucción del piso mínimo de discusión racional y deliberativa:

Post-truth erodes the common world upon which political life is founded. Not only do lies, mis-/disinformation, and ‘fake news’ disrupt and distort communication, making rational deliberation between citizens virtually impossible ... but their prevalence today works to create a sense confusion of about the nature of reality itself. The inability to distinguish between truth and falsehood makes any kind of cognitive mapping of the world extremely difficult[5]. (Newman & Conrad, 2024, p. 6)

En consonancia con los planteamientos de McIntyre (2021) y Newman (2019), Hyvönen (2018) sostiene que el riesgo que tiene la posverdad para las sociedades democráticas consiste en la «erosión del mundo común» (p. 2) generada por la irrelevancia creciente de la verdad factual en el discurso público. En ese sentido, Hyvönen considera que para que la democracia funcione, el debate agonal requiere de la verdad factual[6], puesto que solo desde ahí es posible establecer mínimos comunes. Esto la lleva a sostener que la posverdad es un mecanismo que amenaza a la democracia desde su base. Con similitudes marcadas con el trabajo de Newman, Hyvönen habla de las post-truth politics, que amenazan toda la infraestructura factual. En ese marco y al igual que los otros autores mencionados, el problema de la posverdad lo fija en la esfera política y en el marco del despliegue de la democracia representativa.

El rastreo del concepto nos permite visualizar a la posverdad como un problema político que atraviesa la esfera comunicacional, política y económica; y que tiene como principal riesgo la desestabilización del régimen político demoliberal, por medio de la erosión de la verdad factual como mecanismo de construcción de los mínimos comunes para la generación del debate político.

Metodología

Para desarrollar la estabilización conceptual de la posverdad se utilizan casos de alta connotación política que hayan sido de fuerte impacto en el nivel mediático y donde las estrategias de enemización y desinformación hayan sido relevantes.

La metodología se abordó desde una perspectiva teórico-analítica de carácter interdisciplinaria y exploratoria, sustentada en un enfoque de análisis de contenido de fuentes secundarias como artículos de investigación, reportes, entrevistas de expertos y análisis de notas periodísticas digitales ad-hoc a los casos estudiados. En ese marco, se seleccionaron dos casos de alta connotación pública: el plebiscito por la paz de Colombia de 2016 y el plebiscito constitucional chileno de 2022, los cuales se identificaron como momentos de importante intensificación discursiva, a través de una gran proliferación de piezas de desinformación y discursos centrados en elementos emotivo afectivos (González, 2017; Guadarrama et al., 2025; Navarro, 2021).

El corpus analizado corresponde a discursos públicos, entrevistas y narrativas mediatizadas que circularon en dichos contextos, recogidos desde fuentes secundarias como reportajes periodísticos, columnas de opinión y declaraciones de distintas figuras públicas y políticas. El criterio de selección se basó en la relevancia que tienen para ilustrar las estrategias de enemización y el despliegue de los discursos afectivo comunicacionales en los dispositivos tecnológicos, así como su potencial para evidenciar las condiciones estructurales de posibilidad del fenómeno de la posverdad.

El objetivo del artículo es la elaboración y estabilización conceptual de un fenómeno contemporáneo complejo que requiere marcos interpretativos flexibles y de largo alcance teórico. Este artículo propone una lectura crítica y situada de los procesos discursivos, poniendo en tensión el régimen interpretativo de la posverdad.

El caso colombiano en la posverdad

Habiendo hecho una primera aproximación al concepto de posverdad, se entiende la clase de debates que provoca a nivel conceptual, ya que desde diversos posicionamientos surgen abordajes plurales, en los que las soluciones no son unívocas y la palabra en sí se confunde con conceptos tales como fake news, piezas de desinformación, bulos informativos, unfaking news, etc. Esta falta de pulcritud es un problema recurrente en los trabajos sobre posverdad, puesto que, en su gran mayoría, el concepto es indistinto para una constelación de definiciones que tienen significados diferenciados (Lewis & Marwick, 2017; Tandoc et al., 2018).

El plebiscito por la paz en Colombia, convocado para refrendar el acuerdo de paz entre el gobierno de Juan Manuel Santos y las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), es un proceso de destacada relevancia para comprender los modos en que opera la posverdad en el conflicto político contemporáneo. A pesar de que el acuerdo buscaba poner fin a un conflicto armado que se arrastraba por más de medio siglo entre el Estado colombiano y las FARC, la campaña del «No» logro imponerse por un estrecho margen mediante una estrategia que desplazó el eje del debate desde la deliberación racional hacia una movilización afectivo-comunicacional basada en el miedo, la desconfianza y la indignación (Bonilla, 2017; Cárdenas, 2024; González, 2017).

Si observamos el resultado electoral desde la conceptualización del problema de la posverdad, las declaraciones del jefe de campaña del «No», Luis Carlos Vélez al periódico La República el 5 de octubre de 2016, adquieren plena relevancia:

Descubrimos el poder viral de las redes sociales. Por ejemplo, en una visita a Apartadó, Antioquia, un concejal me pasó una imagen de Santos y Timochenko con un mensaje de por qué se les iba a dar dinero a los guerrilleros si el país estaba en la olla. Yo la publiqué en mi Facebook y al sábado pasado tenía 130.000 compartidos con un alcance de seis millones de personas ... unos estrategas de Panamá y Brasil nos dijeron que la estrategia era dejar de explicar los acuerdos para centrar el mensaje en la indignación. (citado en González, 2017, p. 117)

Las palabras de Vélez (2016), reflejan de manera precisa el desplazamiento desarrollado por Tesich (1992), sin embargo, su verificación también implica una expansión conceptual en la línea planteada por Newman (2019) y McIntyre (2021), puesto que mientras Tesich argumentaba críticamente que la posverdad se movilizaba desde el patriotismo y el amor abnegado hacía lo propio, Vélez devela que en este caso el motor movilizador a nivel argumental ha sido la rabia y la indignación, el rechazo categórico al acuerdo. En ese marco, y en un contexto de recepción adecuado para su despliegue, lo que genera la posverdad es el trayecto posibilitante de la construcción informacional adecuadamente argumentada hacia otras formas de relato, como lo es la indignación, la rabia y la traición (González, 2017; Guadarrama et al., 2025).

Allí se hace ineludible la tesis XIX de Walter Benjamin (2017) en La obra de arte en la época de su reproductibilidad técnica, en donde denuncia las exacerbaciones de la guerra por parte del futurismo, corriente artística que apela a la movilización total para que nada cambie. Con Vélez (2016) la indignación es para congelar procesos transformadores, es energía concentrada que busca mantener estructuras incólumes. La entrevista a Vélez no queda ahí en el marco del rendimiento político y entrega una pista más a nivel de titular, donde afirma que «El No ha sido la campaña más barata y más efectiva de la historia» (Vélez citado en González, 2017, p. 117).

La pista que nos entrega entonces, es que las campañas de esta naturaleza son más accesibles en términos financieros que las tradicionales, y al parecer entregan resultados concretos y un rendimiento cuantificable, tal y como da a conocer el jefe de campaña del «No».

La construcción del enemigo en el relato y el otrocidio

Las palabras de Tesich (1992) y la campaña de Vélez analizan aristas específicas de un problema que no se logra explicar por sí solo, o al menos, no puede ser desentrañado mediante un razonamiento lineal, ya que eso no permitiría su cabal comprensión, debido a que si existe una cierta operatividad de la posverdad se debe a campos previamente allanados (Weizman, 2012) por la fuerza, el relato y la costumbre. Esta tierra fértil para las administraciones y hostil para el pensamiento crítico no es producto de la posverdad, sino de una triangulación específica que guarda relación con la construcción de un otro como un enemigo (Del Valle, 2021, 2024).

El problema de la posverdad en el marco del develamiento realizado por Vélez, vinculado a la rabia y la indignación, requiere de la construcción de un otro hostil que, de manera sistemática y permanente, atente contra los intereses propios. Si esta articulación es efectiva y está basada en un conflicto real o es más bien imaginada, eso no es relevante, dado que desde lo imaginado en un plano político estratégico es posible realizar un trayecto en clave antagónica.

En ese sentido, el conflicto comienza cuando se visibiliza a un otro hostil con posibilidad de atentar –potencial o efectivamente–, contra los intereses específicos de un grupo determinado, capaz de levantar una articulación discursiva con alcance a vastos sectores de la población. Es en este fenómeno político y social donde se construye la estrategia de enemización, la que debe ser entendida, ante todo, como un proceso que abarca varias aristas, que operan desde la racionalidad civilizatoria, y que, mediante diversas técnicas, vive fases de transformación, pero siempre conservan incólume la construcción de ese enemigo latente que atenta contra los intereses de quienes lo denuncian (Del Valle, 2021, 2024).

La enemización como fenómeno y estudio de caso ha sido bien desarrollado como concepto por Carlos del Valle (2021) en su trabajo titulado La construcción mediática del enemigo. Del Valle, utiliza como objeto de estudio el conflicto entre el Estado chileno y el pueblo mapuche, e identifica las diferentes estrategias que ha empleado el Estado para delimitar y caracterizar al mapuche como un otro hostil que atenta contra los intereses del país.

Estas caracterizaciones han pasado por transformaciones conforme han ido avanzando los procesos de modernización capitalista, en ese sentido, el mapuche ha sido «salvaje/bruto», «criminal/borracho» y «flojo/improductivo» en distintos momentos de la historia de Chile, siendo en algunos casos, más de una de estas caracterizaciones a la vez (Circosta, 2020; Mansilla & Melin, 2019). Pero más allá de los elementos tácticos en la construcción del relato de enemización, lo que ha perdurado a lo largo de los siglos, es la condición de enemigo de los intereses político-corporativos de los que controlan el territorio local, el otrocidio necesario para la configuración del progreso:

En apretada síntesis, el otrocidio va desde la eliminación del cuerpo del otro por bárbaro y salvaje, pasando por el despojo y destierro de los cuerpos improductivos, hasta las nuevas formas de marginación y exclusión por competencia, por antipatía y por clase. Por los nombres, la vestimenta, la música, los hábitos y el habla. Nuevos argumentos para nuevas formas de muerte. No son sólo los cuerpos inertes en el campo de batalla, son también los cuerpos denostados por la industria cultural, maltratados, exhibidos, sobrerrepresentados, que cargan con el estigma del protocolo de clase y que, por lo tanto, son parte de nuevas formas de despojo y destierro, como los recurrentes procesos de gentrificación o sustitución de una clase por otra a partir de procedimientos de mercantilización de la tierra, a los cuales se suman las sofisticadas formas de producción de plusvalía en las operaciones de la burbuja inmobiliaria. (Del Valle, 2021, p. 63)

La estrategia de construcción del enemigo mediático estabilizada conceptualmente por Del Valle (2021) devela procesos y estrategias de funcionamiento que exceden el conflicto mapuche. En ese marco, el odio a la «subclase salvaje» forjado desde los albores del Estado-nación sintetiza los relatos de aversión hacia los sectores proletarios que configuran el presente y que con el estallido y la crispación social –en el marco del conflicto de clase–, reflotaron de manera subrepticia. Ejemplo patente de esta violencia anclada en el relato, fue el trato mediático a algunos de los convencionales del bloque progresista electos los días 15 y 16 de mayo de 2021. El caso de Giovanna Grandón, conocida como «tía Pikachu» debido al disfraz utilizado durante el estallido social chileno, ilustra los odios y desprecios desplegados. Su elección como convencional levantó las alarmas entre los sectores conservadores de la sociedad (Durán & Lawrence, 2021; Namuncura, 2021).

El acuerdo tácito sobre la imposibilidad de que una asistente de párvulos pudiese siquiera aspirar a disputar un espacio político, considerando, además, su apoyo a la movilización social y su origen de clase, dejó de manifiesto el espacio alisado a través del dispositivo de enemización.

La excepcional condición del enemigo

El proceso de construcción de un enemigo, capaz de tensionar un determinado modo de producción social, tiene un cariz central en la configuración del orden contemporáneo. Por esto es indispensable entender este mecanismo como necesario para la reproducción del presente. En la actualidad Del Valle (2021) identifica a esta figura, la del enemigo total, con el terrorista, la encarnación de la excepcionalidad:

Finalmente, el siglo XXI es una época caracterizada especialmente por las reivindicaciones y demandas desde la perspectiva de los derechos humanos, por lo tanto, los indígenas asumirán –como señal de los tiempos– el carácter de un movimiento social fuerte, razón por la cual no se dudará en rotularlos un paso más allá de la figura del rebelde, para pasar a la imagen del terrorista, es decir, quien se moviliza entre el anarquismo y la violencia radical. El terrorista es, pues, la figura del opositor sin ley, que atenta contra el «orden público», de modo que amerita la aplicación de un Derecho Penal como enemigo. (p. 70)

El vocablo terrorista, que deja como maldición, fuera del Estado de Derecho al sujeto que sufre esta designación por parte de las fuerzas de seguridad, tiene una latencia y un rendimiento específico que permite establecer un adentro y un afuera de la disputa por lo político. El terrorista es un sujeto que hay que exterminar, que carece de motivos y que su amoralidad permite el despliegue del huracán de la fuerza por parte de quienes detentan el poder de los resortes estructurales del Estado (Negri & Hardt, 2002). Por esto, el debate sobre quiénes quemaron las estaciones del metro de Santiago durante el estallido social en octubre de 2019, fue sustantivo en la configuración de los relatos políticos que orbitaron esta destrucción de infraestructura pública y los horizontes de acción inmediatos de cara al proceso constitucional que se aproximaba (Navarro & Tromben, 2019).

La forma terrorista es parte del entramado político-securitario que permite la reproducción del presente, como mecanismo facilitador, tiene un uso específico en la actualidad. Sin embargo, lo que trasciende a esta figura contingente es la enemización, la que puede como dispositivo político-estratégico, dar sustento al relato antagónico del ellos contra nosotros y que permite direccionar, bajo la noción de amenaza, las riendas estratégico-programáticas de un determinado modo político, social y productivo sostenido en un complejo sistema de jerarquizaciones sociales:

el proceso de enemización tiene alcances diversos en las sociedades, puesto que emerge a partir de ciertas estigmatizaciones y estereotipos –el enemigo siempre es alguien diferente–, para luego ir adquiriendo otras connotaciones. El proceso de enemización, es, de este modo, una acumulación de discursos y prácticas violentas que se expresan en una epistemología del despojo. (Del Valle, 2021, p. 76)

El factor del otro, de lo diferente y de la hostilidad potencial emanada por quien no forma parte, se vuelve sustantivo para poder pensar la argumentación de Tesich (1992), en donde se entiende que la posverdad es, ante todo, un acuerdo tácito entre administraciones gubernamentales y poblaciones, que sostuvieron en relatos con una centralidad afectivo-emocional, diversos escándalos y fracasos que asediaron a los Estados Unidos y sus incursiones bélicas en distintos momentos de su historia reciente. Más allá de la contingencia de los relatos, todos tenían en común el espacio alisado por el dispositivo de enemización, el que permitió exacerbar el apoyo y amor a las tropas, debido principalmente, a la amoralidad y la miseria atribuidas al enemigo.

El plebiscito chileno de 2022: el despliegue de la posverdad y la enemización

Entender el funcionamiento y despliegue del dispositivo de enemización y la estabilización conceptual de la posverdad entrega antecedentes fundamentales, pero no explica por sí mismo los factores materiales que hicieron posible la infodemia que azotó diversos procesos políticos desde 2016, y que afectó con particular énfasis, el plebiscito chileno de septiembre de 2022.

Si bien la infodemia es un concepto que nace como consecuencia del proceso de desinformación en la pandemia y es utilizado en primera instancia por la Organización Mundial de la Salud (OMS), es completamente útil para referirnos a procesos en los cuales el flujo de piezas de desinformación es de relevancia. En ese marco, se define la infodemia como el exceso de información, a menudo falsa o imprecisa, que dificulta que las personas encuentren fuentes confiables y orientación clara (Guadarrama et al., 2025; Tandoc et al., 2018).

Es de importancia central acusar que el plebiscito chileno tuvo como telón de fondo una fractura social ocasionada por el estallido social de 2019 y por la pandemia de la COVID-19, la que se manifestó con fuerza en el territorio mencionado a comienzos de 2020.

En ese contexto de malestar generalizado, y en el que los sectores conservadores pasaron del silencio expectante a la lucha por el relato y la caracterización política del estallido de octubre, los relatos afectivo-comunicacionales de todo tipo y el esparcimiento de piezas de desinformación, a través de las redes sociales, buscaron a nivel político-estratégico, la instalación de un clima generalizado de cuestionamiento a la propuesta constitucional, la que antes de ser presentada a la ciudadanía, fue fuertemente atacada por una diversidad de relatos beligerantes que fueron desde la matriz conspiracionista hasta los relatos de origen racista y clasista que apelaban al origen social de los convencionales (Molina, 2022; Waddington, 2023).

Sebastián Valenzuela, en entrevista con la BBC (Molina, 2022), define como «Brutal» el torrente de desinformación ocurrido en el proceso chileno, dando cuenta de que el objetivo que tiene es generar una reacción emocional en la ciudadanía:

Cuando se dice que no hay protección a la propiedad privada en el texto de la Convención, no se espera que la gente lo crea, porque es cosa de ir a mirar el texto. Eso se promueve para generar una reacción emocional, para que quien reciba el mensaje diga: ‘¿Viste?, no protegen el derecho a la propiedad, te van a quitar tus cosas’ ... Es la desinformación como medio para aumentar la animadversión, la polarización, la sensación visceral contra alguien o contra algo. (párr. 7-8)

Estas reacciones se vinculan directamente con las definiciones que se han abordado sobre posverdad y el régimen de interpretación del cual la ciudadanía es parte a través de estrategias de comunicación, que buscan generar reacciones emocionales para aumentar la animadversión y la sensación visceral contra una eventual amenaza. Esto muestra que el despliegue de piezas de desinformación no se usó solo en Chile para generar confusión, sino también como herramienta de ataque contra la propuesta constitucional.

En la investigación de Javiera Cartes y Florencia González (2023) se analizan 56 piezas audiovisuales con el contenido de la opción Apruebo y Rechazo, centrando el análisis en esta última opción. Allí, se concluye que existió una estrategia centrada en la búsqueda de la reacción emocional por sobre el contenido mismo de la propuesta.

La franja configuró una oposición básica nosotros (la ciudadanía y los partidarios del rechazo) vs. ellos (los convencionales y los políticos, partidarios del apruebo). Al primer polo se asociaron conceptos positivos como unidad, amor, entre otros, y al segundo, conceptos negativos, como división y rabia. En su mayoría, los discursos presentaron una fuerte carga manipulativa ligada a las emociones y sentimientos dirigida a los oyentes por sobre otras estrategias discutidas. (p. 32)

Dentro de esta acción por generar una sensación visceral contra un enemigo se pueden identificar cuáles son los sectores donde se concentró la construcción de este, las que van de la mano con sectores proletarizados, indígenas y simpatizantes del apruebo (Cartes & González, 2023; CNN Chile, 2022; Molina, 2022).

En ese marco, las piezas de desinformación vinculadas al problema de las «leyes para indígenas», sumado a los planteamientos de cuestionamiento a «las clases peligrosas» utilizaron plenamente el camino allanado por el dispositivo de enemización. Esto permite entender determinadas condiciones de posibilidad para el despliegue del régimen de posverdad, en el marco de la recepción a nivel colectivo de determinados argumentos, pero no explica su esparcimiento a través de los dispositivos tecno-comunicacionales anclados en una determinada forma productiva de carácter disruptivo.

El despliegue de la posverdad en el marco de la sociedad de control

En mayo de 1990 en la primera edición de L’Autre Journal, Gilles Deleuze (1999) desplegaba en un texto único –tanto por su profundidad como por su extensión–, la tesis de que como humanidad nos enfrentamos a una transición y cambio profundo en el modo de vida.

Deleuze (1999) establece que este proceso tiene relación con la matriz productiva, el comportamiento social, la irrupción de nuevas tecnologías, la generación de nuevos dispositivos securitarios y el funcionamiento de las instituciones encargadas de la reproducción social. En síntesis, es un cambio de alcance insospechado que se grafica en cierto malestar colectivo y que se expresa en el debate público y en la crisis de las instituciones.

Deleuze, en su trabajo Post-scriptum sobre las sociedades de control (1999), establece un recorrido en el que indaga sobre la transición de la sociedad disciplinaria hacia la sociedad de control, concibiendo a la primera como la sociedad de las instituciones cerradas (familia, escuela, hospitales, cárceles, etc.), a diferencia de la segunda, que opera como una estructura abierta, la que, sin embargo, está sujeta a diversos checkpoints anclados en los avances y despliegues tecno-científicos. El autor cree que, si los encierros disciplinarios son moldes, las dinámicas del control establecen modulaciones, las que se comportan «como un tamiz cuya malla varía en cada punto» (Deleuze, 1999, p. 278). Se entiende, así, que el principal esfuerzo en desplazar a los moldes proviene de la modernización capitalista y su estructura insigne: la empresa. Es posible establecer, siguiendo el razonamiento de Deleuze, que esta última busca, como fin estratégico, modificar la cultura laboral de los sujetos.

Deleuze argumenta que la empresa «instituye entre los individuos una rivalidad interminable a modo de sana competición, como una motivación excelente que contrapone unos individuos a otros y atraviesa a cada uno de ellos, dividiéndole interiormente» (Deleuze, 1999, p. 278). En ese sentido, la importancia de este planteamiento radica en la visibilización de una forma de relación social en el marco productivo, que se alimenta de una cierta cultura de la beligerancia para la obtención de rendimiento económico. Estas premisas generales esbozadas por Deleuze son retomadas por el texto de connotaciones programáticas desarrollado por Félix Guattari titulado Para una refundación de las prácticas sociales (1992).

El artículo desarrolla la tesis del extravío del horizonte humano (político), producto de la disociación entre cabeza y cuerpo. Con esto Guattari (1992) despliega una crítica frente a los medios de comunicación, los que a su juicio condenan a la pasividad a los sujetos: «El telespectador permanece pasivo frente a la pantalla, preso de una relación semihipnótica, aislado del otro, vacío de conciencia de responsabilidad» (p. 2).

Su crítica, enlazada temporalmente con las articulaciones tanto de Deleuze (1999) como de Tesich (1992), se distancia con la de ambos, en el sentido en que aún guarda en clave programático-política, una esperanza en la irrupción de nuevas tecnologías a las que entiende como posmediales:

La evolución tecnológica introducirá nuevas posibilidades de interacción entre el medio y su usuario y entre los usuarios mismos. La confluencia de la pantalla audiovisual, la pantalla telemática y la pantalla de ordenador podría llevar a una auténtica revigorización de una inteligencia y una sensibilidad colectiva. La ecuación que rige actualmente (medios = pasividad) puede desaparecer más rápidamente de lo que pensamos. Evidentemente, no podemos esperar un milagro de estas tecnologías: todo dependerá, en última instancia, de la capacidad de los grupos de gente para hacerse con ellos y aplicarlos a fines apropiados. (Guattari, 1992, p. 2)

Si bien las palabras y desarrollos conceptuales de Guattari (1992) en Para una refundación de las prácticas sociales tienen alcances muy profundos y de carácter estratégico, considerando que fueron escritas en 1992, su optimismo toma distancia de la realidad contemporánea y las formas en las que tecnologías disruptivas, tales como las redes sociales, han impactado las posibilidades políticas de organización y cooperación, a través de la exacerbación de construcciones transmediales ancladas en tesis que tienen como eje central el despliegue de relatos de enemización en un contexto generalizado de posverdad (Del Valle, 2021).

Sin embargo, la tesis de Guattari (1992) sigue siendo una articulación que no desconoce la potencia disruptiva de estas tecnologías y los alcances insospechados de su despliegue en clave de democratización emancipadora, lo que, debido al momento político actual, permanece como potencia mas no reflejo contextual.

Una clave frente al trayecto que han ido tomando este tipo de tecnologías lo aporta Rodrigo Browne (2009), el que en su trabajo titulado De la comunicación disciplinaria a los controles de la comunicación establece que la sociedad de control tiene rasgos vinculados a dispositivos de articulación inmediatos enlazados con las lógicas del marketing, la velocidad del mercado se vuelve entonces, estrategia de reproducción de un presente sin horizonte que tiene como ancla central la exaltación de las lógicas de consumo. «El control funciona a corto plazo, rota rápidamente, pero al mismo tiempo, es continuo e ilimitado» (p. 63).

En ese sentido, Browne (2009) hace notar que en Deleuze y Guattari (2002) «toda evolución tecnológica es una mutación del capitalismo que, desde el siglo XIX, es un capitalismo de concentración para la producción y la propiedad» (p. 64), agregando que «en las sociedades de control, el capitalismo realiza otras maniobras que se escapan de la producción y se acercan al producto» (p. 64). Esta argumentación encuentra su desarrollo más acabado en la elaboración teórico-conceptual de Fumagalli (2010), quien sistematiza y avanza en un desarrollo categorial de estas premisas. Fumagalli define al actual modo productivo dominante como capitalismo biocognitivo, caracterizado por ser un sistema en el que el centro de la acumulación deambula en el conocimiento, las relaciones y los mercados financieros, todo esto propiciado por el actual desarrollo tecno-comunicacional que se nutre de las estrategias y estructuras del marketing para su despliegue.

En el capitalismo biocognitivo los procesos de valorización se fundan, además de los ya conocidos y desarrollados por el fordismo, en procesos inmateriales de producción que se sostienen en redes de cooperación y en procesos dinámicos de aprendizaje, los que hábilmente Deleuze determina en 1990 como dispositivos de «formación permanente». En otras palabras, la valorización cada vez se asocia más a la vida del ser humano y no está confinada ni a lugares ni espacios determinados.

Desde esa perspectiva, la centralidad del actual proceso productivo cuenta con motores de revitalización comercial de carácter estratégico vinculados a la construcción de imaginarios, por medio de relatos afectivo-comunicacionales, que propician su reproducción en el nivel comercial. Allí surgen niveles de complejidad social a los que el modo fordista no se enfrentó; el principal tiene que ver con la mercancía y su reproducción, en ese sentido, la demanda (consumo) se vuelve central, lo que explica el surgimiento de refinados relatos vinculados a las marcas: «la realización de la mercancía inmaterial se efectúa a través de la creación de imaginarios ad hoc. La diferencia es valorada positivamente bajo la apariencia de una posibilidad de elección individual, aunque sea socialmente controlada» (Fumagalli, 2010, p. 170).

Este planteamiento de Fumagalli (2010) se vuelve fundamental para el problema de la exacerbación de los relatos afectivo-comunicacionales en el nivel social, pues si bien estas articulaciones responden a un fin específico, vinculado a las necesidades productivas de las empresas en competencia, la construcción ininterrumpida de imaginarios con fines mercantiles, instalan en el nivel colectivo, formas argumentales que se comportan como condiciones de posibilidad que hacen aceptable, en lo social a ciertas formas de relato que desplazan argumentos que no estén anclados en lo emocional y lo afectivo, como bien pudo establecer Deleuze (1999):

la fábrica era un cuerpo cuyas fuerzas interiores debían alcanzar un punto de equilibrio, lo más alto posible para la producción, lo más bajo posible para los salarios; en una sociedad de control, la fábrica es sustituida por la empresa, y la empresa es un alma, es etérea. (p. 278) El alma de la empresa consiste en la construcción de una marca, la que siempre apela a un imaginario que busca instalar un relato afectivo-comunicacional, que tiene por objetivo central, incidir en el cuerpo y el mundo en el que se desenvuelve. Aquí es donde surgen condiciones de posibilidad específicas a nivel productivo, que permiten la estructuración de un camino en el que el fenómeno de la posverdad, tal y como lo conocemos, puede encontrar un despliegue en el nivel social y colectivo.

Transiciones de la posverdad: la guerra y las comunicaciones

El modelo productivo de centralidad tecno-comunicacional que vislumbró Deleuze (1999) en el marco de una transformación económica en clave transicional (por eso la noción que perdura en el ensayo de 1990 es la de crisis), abordó un conjunto de elementos que nos permiten comprender un proceso de transformación social profundo, que modifica la ontología del trabajo, la que pasó de una actividad productiva centrada en la generación de bienes materiales, hacia una actividad en la que factores históricamente externos a lo laboral –como lo son la producción de afectos y generación de relaciones sociales–, cobró una centralidad en la generación de valor, debido a la irrupción tecno-comunicacional que hizo posible este fenómeno (Fumagalli, 2010; Negri & Hardt, 2002).

Ello ha modificado el modo de vida de la especie humana, la que avanza hacia la hegemonía de la estructura económica inmaterial, independiente de que esa matriz, coexista con otras formas productivas dependiendo del espacio que ocupe el territorio y las poblaciones estudiadas. Sin embargo, la construcción de un proceso colectivo en el que el modelo afectivo-comunicacional que Fumagalli llama capitalismo bioeconómico se posiciona como hegemónico a escala planetaria, es irreversible (Fumagalli, 2010).

Una vez dicho esto, es necesario mencionar que llama la atención, que tanto en Deleuze (1999) como en Fumagalli (2010) y la mayoría de los pensadores que estuvieron entre ambos, como es el caso de Negri y Hardt (2002), no le hayan dado una relevancia de carácter estratégico a la noción de guerra. Para Lazzarato (2022) –el que pone en examen el abordaje de la guerra por parte de las teorías críticas en su trabajo titulado Guerra o Revolución– el problema específico de la fuerza para constituir el poder es algo que estos teóricos suelen pasar por alto. Para Lazzarato, el golpe de Estado chileno y la posterior imposición del modelo neoliberal, en el que académicos, economistas y militares trabajaron en conjunto, no hubiese sido posible sin el despliegue de la fuerza. El autor afirma que «el caso de América Latina demuestra que, sin la fuerza, el poder no tendría ninguna posibilidad de solicitar, inducir, incitar a una subjetividad rebelde, movilizada por otros deseos que los de trabajar, consumir, convertirse en ‘capital humano’» (p. 77).

Lazzarato (2022) analiza diversas perspectivas, pero se detiene en Deleuze y Guattari, especialmente con el examen crítico del libro Mil Mesetas (2002). Para el teórico italiano una debilidad conceptual central en el trabajo de Deleuze y Guattari es la idea de una «única gran máquina de guerra-mundo» (p. 105), creando con ella una homologación entre Estado y mercado, debido a una «sobrevaloración de la técnica», omitiendo, la posibilidad de generación de acontecimiento debido a su lectura de un «devenir sin historia».

La crítica de Lazzarato (2022), busca con esto, reponer el problema de la guerra, a través de una restitución político-conceptual tanto del imperialismo como del colonialismo. Entendiendo a ambos como fenómenos de fuerza configuradora que se encuentran detrás del modo productivo, más específicamente, tanto al comienzo como al final de un determinado modo de producción hegemónico. En otras palabras, atribuye la inestabilidad global a la irrupción masiva del modo productivo inmaterial que hace posibles fenómenos desestabilizadores como la posverdad.

El esfuerzo teórico-conceptual de Lazzarato (2022) aparece como un aporte estructural, ya que da cuenta del problema del conflicto bélico y de la necesidad de la construcción de un enemigo, tanto en el nivel mediático como en el político-militar. Esta forma de subsunción del sujeto a los vaivenes de la fuerza de quien la detenta, nos presenta el problema de la guerra, ya no como el despliegue de la violencia organizada de un grupo contra otro, sino como un estado gris en donde las estrategias tecnocomunicacionales ocupan un espacio equivalente al que ocupan en el modo productivo, que se está volviendo de manera sostenida y sistemática como el hegemónico.

La argumentación de Lazzarato (2022), que busca rehabilitar la guerra en el marco del pensamiento político de Occidente, colinda por el vértice, a modo de síntoma, con el artículo de orientación estratégica del general de Ejército Valery Gerasimov, jefe del Estado Mayor General de las Fuerzas Armadas de la Federación Rusa. Este trabajo escrito en 2013 y titulado El valor de la ciencia está en la capacidad de prever lo que sucederá o podría suceder en el futuro devela el reconocimiento por parte de un general de una potencia nuclear, de la existencia de un conjunto de elementos tecno-comunicacionales que han trastocado las formas tradicionales de conflicto bélico:

En el siglo XXI hemos visto una tendencia a confundir las líneas que existen entre los estados de guerra y paz. Las guerras ya no se declaran y, una vez que comienzan, prosiguen según un patrón desconocido. La experiencia de los conflictos militares –incluyendo los que están vinculados con las llamadas revoluciones de colores en el norte de África y el Medio Oriente– confirma que un Estado perfectamente floreciente puede, en cuestión de meses e incluso días, ser transformado en una arena de conflicto armado feroz, convertirse en víctima de la intervención extranjera, y sucumbir en una red de caos, catástrofe humanitaria y guerra civil. (Gerasimov, 2016, p. 48)

Estas líneas confusas en palabras de Gerasimov se deben, entre otras cosas, a los diversos niveles que alcanza un conflicto, entendiendo que la fuerza letal es, hoy más que nunca, solo una fase más en el marco de las interrelaciones vinculadas a las orientaciones globales de carácter bioeconómico, hoy las guerras no pueden ganarse solo con armamento:

El enfoque de los métodos usados de conflicto ha cambiado la dirección del uso general de medidas políticas, económicas, información, humanitaria y demás medidas no militares usadas en coordinación con el potencial de protesta de la población. Todo esto se complementa por medios militares de carácter oculto, incluyendo llevar a cabo acciones de conflicto informativo y acciones de fuerzas de operaciones especiales. El uso abierto de las fuerzas –a menudo, bajo el pretexto de mantenimiento de la paz y regulación de crisis– solo ha sido recurrido en un determinado momento, sobre todo para el logro del éxito. (Gerasimov, 2016, p. 48)

En esta forma de conflicto, en la que el campo de batalla se extiende a lo no militar, los ejes comunicacionales y políticos cobran relevancia, y en ese sentido, la ambigüedad que atraviesa a la guerra híbrida (Franco-Sánchez, 2023), tanto en su conceptualización como definición, fue anticipada por Negri y Hardt (2002) en Imperio, en donde se entiende que en la configuración contemporánea, las lógicas grises de indistinción expresadas en el estado de excepción y las intervenciones militares, que se confunden con acciones policiales de carácter securitario, contaban con el aparato comunicacional global como eje justificador de la fuerza para su adecuado despliegue. Acá ya es posible vislumbrar los ejes argumentales de Tesich (1992) y de quienes continuaron su proceso reflexivo en el marco de la irrupción del fenómeno de la posverdad.

Las diversas características enunciadas que reflejan un cambio de paradigma son identificadas por Deleuze (1999) con la sociedad de control y en Fumagalli (2010) con el surgimiento del régimen bioeconómico. En estos autores, la transformación social abordada en sus respectivos trabajos, encuentra eco en la posverdad, debido a que este fenómeno grafica nuevas formas de relacionarse a nivel general, ya sea en el ámbito político, social o militar. En ese sentido, la centralidad productiva que adquiere la esfera comunicacional, posiciona al fenómeno de la posverdad como un eje en los procesos de inestabilidad general que están ocurriendo a escala planetaria.

Conclusión

La incorporación en los análisis políticos del problema de los conflictos contemporáneos bajo las lógicas de guerra híbrida y las tácticas usadas en el ámbito comunicacional, cambian la perspectiva que se tiene sobre un síntoma colectivo tal como es la posverdad y sus expresiones político-específicas (plebiscitos latinoamericanos, Trump, Brexit, etc.). Esto, si se toma en consideración las formas innovadoras que ha ido adquiriendo la transición productiva, en conjunto con las estructuras fundamentales para el despliegue de las condiciones de recepción –como es el allanado generado por la enemización y las estrategias comunicacionales en el plano del conflicto político–, muestra una relación para tratar fenómenos políticoelectorales como los que vienen ocurriendo en el mundo desde 2016. Estos, afectaron de manera decidida a distintos procesos democráticos, siendo el caso chileno –debido a la profundidad en clave reformista de la propuesta constitucional–, uno de los que debe ser estudiado en profundidad, entendiendo que la posverdad ocupó un espacio de carácter estratégico durante el proceso plebiscitario.

Otra característica a destacar en el análisis del concepto de posverdad es que no es posible establecer niveles de posverdad en una sociedad, a través de métodos cuantitativos, ya que este concepto refleja un estado, unas determinadas condiciones de posibilidad que permiten ciertos despliegues político-corporativos en el nivel tecno-comunicacional. A diferencia de los resultados electorales de distintos procesos –que son efectivamente cuantificables, como es el caso de los plebiscitos colombiano y chileno–, no es posible medir el «nivel de posverdad», sino los resultados específicos dentro de un régimen interpretativo de estas características.

Esta condición no cuantificable del fenómeno abordado se explica, en parte, debido a los niveles de complejidad analizados por teóricos del tema como son Hyvönen (2018), McIntyre (2021), Newman (2019) y  Tesich (1992), quienes desde diferentes aristas coinciden en que no se puede homologar posverdad con mentira. Esto se gráfica, por dar un ejemplo, cuando una masacre en un país periférico a manos de una potencia central ocurre, ya que apelar al patriotismo o a los sacrificios de los soldados en campaña por parte de los perpetradores no es una mentira ni un bulo, es más bien un desplazamiento afectivo-comunicacional que hace que los ejes se coloquen en lo difícil que es la vida para los hombres de armas en campaña. Con esto no se niega el asesinato de civiles ni los «errores humanos» ocasionados por los horrores de la guerra, sino lo que se busca es generar fuertes vínculos de empatía con unos por sobre otros, ello con fines político-estratégicos bien definidos.

La complejidad del fenómeno requiere observar los procesos de esta naturaleza desde una óptica fuertemente interdisciplinaria, en la que se comprenda que ciertos procesos políticos y ciertos rendimientos y orientaciones enmarcadas en la estrategia de posverdad, comenzarán a incorporar cada vez más elementos para la realización de programas políticos específicos. En otras palabras, la posverdad se irá complejizando y abarcando múltiples aspectos de la vida social con fines de carácter estratégico. En ese sentido y a modo de conclusión, queda un ineludible planteamiento de Deleuze (1999) que interpela directamente a la generación en curso, «Son ellos quienes tienen que descubrir para qué les servirán tales cosas, como sus antepasados descubrieron, penosamente, la finalidad de las disciplinas. Los anillos de las serpientes son aún más complicados que los orificios de una topera» (p. 281). Esto nos indica que este proceso de transición general marcado por diversos desplazamientos tiene a la posverdad como un nodo, donde se conecta lo económico, lo político, lo bélico y lo social, erosionando diversos acuerdos que como sociedad global se daban por sentados. Por ello, la estrategia de aproximación transdisciplinaria surge como una opción competente al momento de la investigación conceptual del problema planteado.


Conflicto de intereses

Los autores declaran no tener ningún tipo de conflicto de intereses.

Responsabilidad ética

El presente artículo tiene las consideraciones éticas de uso responsable de citas y fuentes en el marco de la investigación.

Contribución de autoría

AL: conceptualización, escritura del borrador original, investigación y metodología para la realización del articulo presente.

CBM: revisión y edición del manuscrito original.

Financiamiento

La presente investigación y publicación se realizó con el financiamiento y apoyo por parte del programa «Becario ANID Doctorado Nacional 2024-21241972» del cual Alejandro Lagos es beneficiario.

Declaración sobre el uso de LLM (Large Language Model)

Este artículo no ha utilizado para su redacción textos provenientes de LLM (como ChatGPT u otros).

Agradecimientos

Se agradece al programa de Doctorado Nacional ANID 2024-21241972, por posibilitar el financiamiento y desarrollo de la presente investigación, y a la Universidad de la Frontera y a la Universidad Austral de Chile en el marco del Programa de Doctorado en Comunicación.

 

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Alejandro Gabriel Lagos

Universidad de La Frontera, Universidad Austral de Chile.

Estudiante de doctorado en Comunicación (UFRO/UACh Becario ANID Doctorado Nacional 202421241972) y magíster en Comunicación Política por la Universidad de Chile. Actualmente, es miembro del Programa Libertad de Expresión y Ciudadanía de la Dirección de Investigación de la Facultad de Comunicación e Imagen de la Universidad de Chile. Ha sido asistente de investigación en proyectos Fondecyt y ha participado en el Observatorio del Ascenso de la Extrema Derecha en Chile (OAEC). Sus áreas de investigación incluyen la comunicación política, la desinformación y el derecho a la libertad de expresión. Ha publicado artículos en revistas como Rosa, F@ro y Representaciones, y es coautor del libro Rabia. Miedos, abusos y desórdenes en el oasis chileno (2019). Además, ha presentado ponencias en congresos nacionales e internacionales (INCOM y FELAFACS).

ORCID: https://orcid.org/0000-0001-8724-5016

Autor corresponsal: alagoscoordinadoroperativo@gmail.com

 

Christian Berríos Marambio

Universidad de Chile, Chile.

Sociólogo y magíster en Comunicación Política por la Universidad de Chile, con un diplomado superior en Economía Política de CLACSO. Su investigación se centra en la democracia, los populismos, la ultraderecha y la comunicación política. Ha trabajado como asistente de investigación en proyectos como el Fondecyt Regular 1231032 «Cortar y Pegar Fuentes en el Periodismo Escrito en Chile» y Tiranomanía: continuidades y cambios en la memorialización de Pinochet en la democracia chilena (1990–2023). Ha publicado artículos sobre crisis democrática, mediatización de la política y análisis del discurso en medios, destacando «Crítica a la mediatización de la crisis venezolana de 2019» (2024) y Democracia, crisis y violencia: fisuras para la democratización del Chile post-2019» (2023). También ha presentado su trabajo en congresos como el IX Congreso INCOM y el XIV Congreso Chileno de Ciencia Política.

ORCID: https://orcid.org/0009-0005-3398-8953

christianberriosm@gmail.com

 

 

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[1] luego, nada pasó. Realmente nada pasó. El escándalo Irán/Contra se convirtió en la farsa Irán/Contra. El presidente Reagan percibió correctamente que el público no quería en verdad conocer la verdad [traducción del autor].

[2] Creo que la mejor manera de entenderlo es que las noticias falsas –y las acusaciones falsas de noticias falsas– son las tácticas mediante las cuales el objetivo autoritario de la política de la posverdad intenta cumplir su propósito [traducción del autor].

[3] El audio y el video podrían convertirse en el próximo campo de batalla de la posverdad, y la amenaza del autoritarismo podría crecer en consecuencia [traducción del autor].

[4] Sin duda, existen muchos factores que dan origen a esta condición de posverdad. Por ejemplo, se puede señalar el papel de las tecnologías de la información y la comunicación (TIC) y las redes sociales en la circulación de ‘hechos alternativos’ y teorías conspirativas, en la facilitación de cámaras de eco en internet donde la posverdad resuena, y en la posibilidad que ofrecen a empresas y actores políticos de emplear algoritmos sofisticados para identificar audiencias objetivo, moldear electorados y difundir desinformación [traducción del autor].

[5] La posverdad erosiona el mundo común sobre el cual se funda la vida política. No solo las mentiras, la desinformación y las ‘noticias falsas’ interrumpen y distorsionan la comunicación, haciendo que la deliberación racional entre ciudadanos sea prácticamente imposible ... sino que su prevalencia hoy en día contribuye a generar una sensación de confusión sobre la propia naturaleza de la realidad. La incapacidad de distinguir entre la verdad y la falsedad hace que cualquier tipo de mapeo cognitivo del mundo sea extremadamente difícil [traducción del autor].

[6] La verdad factual/fáctica, es un concepto desarrollado por la filósofa Hannah Arendt (2015). El concepto se refiere a la verdad que se sostiene en hechos comprobables, esto es independiente de las interpretaciones plurales que se puedan tener de los hechos en sí, para Arendt, el riesgo de deterioro de la verdad factual/ fáctica implica la erosión de la acción política, tal como sostiene en su trabajo Mentira en política, reflexiones sobre los documentos del Pentágono.